El cómic de Schrödinger, que es y no es arte al mismo tiempo

Este no es el enésimo artículo defendiendo la premisa de que el cómic es arte a raíz de las desafortunadas declaraciones de Nuria Enguita, nueva directora del IVAM. El cómic tiene tantos elementos en común con otras artes no discutidas y, a la vez, posee tales recursos propios, que negar lo contrario es absurdo desde el punto de vista teórico. Tema zanjado. Y aún así, desde el punto de vista práctico: ¿qué es Arte? "Poesía eres tu", que diría Bécquer. ¿Importa, acaso, lo que es el Arte? Antonio Altarriba, Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona, lo explica muy bien en una carta abierta a Nuria Enguita:

De todas formas y como usted no ignora, el debate sobre lo que es arte y lo que no lo es hace tiempo que ha dejado de ser pertinente. Ya antes de Duchamp estos principios segregadores, jerarquizadores, a menudo prescriptivos han saltado por los aires. ¿Quién puede establecer hoy dónde termina la vulgaridad o, si se prefiere, la normalidad y dónde empieza lo sublime, en caso de que exista? En el arte convergen aspectos políticos, sociológicos, semióticos, estéticos, por supuesto, pero también rompedores, provocadores, revulsivos… Por ello hemos renunciado a zanjar una cuestión en la que la percepción subjetiva ya no se pliega a una imposible “autoridad experta”.

Viñeta de "El Arte", de Juanjo Sáez. 

La cuestión da pie a una polémica aún mayor; por ejemplo: ¿es Arte la televisión? La respuesta generalizada será que no, pero numerosas muestras respaldarían la tesis contraria: ¿Acaso no estaba haciendo arte Televisión Española cuando anunció el asesinato de Gorbachov? ¿No se estaba haciendo arte con la primera edición de Gran Hermano y algunos de sus subproductos derivados (Quiero TV emitió un programa de cámaras fijas en espacios públicos mucho antes de que la slow TV fuera reivindicada como arte)? ¿No es acaso esto arte?

Muerto, o matado, el debate artístico, lo que queda es lo que hay: la industria cultural, que es otra cosa. El cine es arte, pero no paran de producirse películas mediocres, muy por debajo del listón del denostado blockbuster. La arquitectura es arte, el primer arte de hecho, pero los bloques de pisos se caen, son feos, tienen aluminosis... ¿Cuánto de lo que se publica en la industria del cómic es basura? Nadie se atreve a decirlo. Bueno, sí: Mariscal (a partir del minuto 5:20).

El polémico Capitán América de Rob Liefeld.

Cuando iniciamos la andadura del programa de televisión This is Not Another Freaky TV Show, en 2005, lo hicimos con la voluntad de hacer pedagogía y aportar un granito de arena a la normalización del mundo del cómic en nuestro país, que estaba a punto de alcanzar un momento dulce con la consolidación (y posterior colapso) del modelo del Salón del Cómic de Barcelona y el anuncio (y posterior desanuncio) del Museo del Cómic y la Ilustración. "Normalización" quiere decir dotar al cómic y su industria de las herramientas y recursos necesarios para desarrollarse con normalidad y, por ende, ser entendido como el arte que es y no como el estereotipo que representa (fortalecido en la última década, sin duda, por el cine de Marvel Studios). Una de esas herramientas es esta maravilla, nuestro equivalente al IMDB del cine. Otra sería la existencia de una crítica profesional que hiciera su trabajo y pusiera en vereda a los editores. Hace años publicamos en este mismo blog un artículo que hoy resulta inocente sobre la inexistencia de una crítica profesional en la industria del cómic. Pero, seamos sinceros, ¿hoy en día existe algún tipo de crítica, en algún arte? Realmente todo es convencionalismo, esnobismo y amiguismo; y las redes sociales no le han hecho ningún bien al asunto, o quizás todo lo contrario, como argumenta el ilustrador Juanjo Sáez precisamente en un post de Facebook:

La crítica musical está muerta porque [los críticos] siempre han dejado de lado la literatura y la subjetividad y se han obsesionado con descubrir un canon donde no lo hay, han intentado ser objetivos con algo que tampoco lo es y cuando el mercado se ha desmoronado y las críticas ya no sirven para que te compres el disco, se han quedado sin razón de existir porque en sí mismas no son nada; un prospecto de un medicamento o la etiqueta del champú tiene más interés. Para los críticos, lo importante era la imparcialidad, la falta de voz, y el mundo ha evolucionado en el sentido contrario.

En efecto, la crítica en el mundo del cómic también se ha construido sobre cánones clásicos que han redundado en, valga la redundancia, los clásicos europeos y han dejado a las nuevas generaciones de lectores a la deriva, nadando en un mar de novedades donde les ha sido difícil diferenciar el caviar de la morralla; perpetuando así el estereotipo, especialmente en el terreno del manga. Desde 2005, decenas, por no decir cientos, de cómics que consideramos que merecían estar en las listas de lo mejor del año pasaron completamente desapercibidos. ¿Por qué se habló tan poco de "Lo que el viento trae" de Jaime Martín? ¿Por qué la crítica no salió a defender a capa y espada "Super Spy" de Matt Kindt o "La peor banda del mundo", de José Carlos Fernandes? ¿Por qué se ha hablado tan poco de Doha? ¿Por qué no hay un ejemplar de "Daytripper", de Fábio Moon Gabriel Bá, en todas las bibliotecas de este país? En cambio, y por poner el ejemplo más evidente, hemos tenido a Paco Roca hasta en la sopa, incluso en pijama; lo hemos tenido hasta en los medios generalistas. No es que me parezca mal, pero ¿por qué solo él? ¿Por qué no también Rubén Pellejero, Zidrou o Miguelanxo Prado? No pretendo que Irene Roga salga cada día en prime time; pero no más que cientos de escritores que salen cada día a hablar de sus novelas de medio pelo, como si el medio fuera el mensaje, sino el masaje.

"El medio es el masaje", de Marshall McLuhan y Quentin Fiore.

Un momento dulce

Volvamos al anuncio del Museo del Cómic y la Ilustración. Más o menos por aquella época, y no necesariamente en esta sucesión de hechos, Planeta deAgostini hacía una apuesta interesantísima por poner orden en el mercado del manga para adultos (que no erótico) con su Biblioteca Pachinko y otras editoriales cómo La Cúpula o Glénat hacían lo propio con el terror nipón. El Salón del Cómic alcanzaba la cúspide de un modelo que pretendía casar negocio, espectáculo, arte e industria y que acabaría muriendo de éxito tanto por el alud de asistentes como por las críticas recibidas desde dentro del sector. Algunos diarios comenzaban a utilizar los recursos del cómic en sus artículos y la estela del tebeo periodístico popularizada gracias a Joe Sacco tocó nuestra realidad de cerca con títulos tan loables como "Los vaganundos de la chatarra", de Sagar Forniés y Jorge Carrión, o "El Día 3" de Miguel Á. Giner Bou, Cristina Durán y Laura Ballester. Poco a poco el noveno arte se fue introduciendo en las facultades y escuelas de arte, por no hablar de todos los autores nacionales que se han ido haciendo hueco en mercados extranjeros en este tiempo. El concepto "novela gráfica" se popularizaba en nuestro país, quizás con un mero interés económico, ampliando el público lector a un sector que tenía problemas con palabras como "cómic" o "tebeo" y que entendió que si ponía "novela" es que era cosa seria. Bajo esa etiqueta se ha publicado mucha basura, también.

Pero todos los dulces se acaban, los buenos momentos van y vienen, y el Museo del Cómic es un buen ejemplo de la caída. Personalmente, creo que nunca veremos ese museo. De hecho, creo que la mayoría de la gente, dentro y fuera del sector, lo piensa, aunque no se diga, aunque en torno a ello todo sean vaguedades. No se dan y no se volverán a dar en breve las condiciones que propiciaron que en su momento todo aquello pareciera viable: ni hay la voluntad y coincidencia política para tirarlo adelante, ni el apoyo privado necesario, ni, con la que está cayendo, el consenso social.

Si esperabas el momento oportuno, era ese, como dijo Jack Sparrow. La administración gastó millones del Plan Zapatero en consolidar la estructura de un edificio en Badalona que aún hoy sigue vacío. Ficomic se volcó en el proyecto defendiendo la candidatura de la ciudad como futura capital del cómic en una liga imaginaria de capitales de cosas, trayendo nada más y nada menos que una exposición de Tardí, con Tardí incluído y en un refugio antiaéreo, y preestrenando en los cines locales algunas películas basadas en cómics en pleno auge de las adaptaciones a la gran pantalla. Surgieron también entorno a esta vorágine iniciativas más modestas y sin ánimo de lucro, como muestras y conferencias que tenían la voluntad de acercar el noveno arte al público general. Todo esto es importante porque demuestra el peso, a veces menospreciado, de lo público: ante el eterno letargo administrativo, declaraciones en un sentido y en otro, rifirrafes, proyectos alternativos e incluso un Museo del Cómic privado, todo ese optimismo se desmoronó y ya no queda nada de aquel efervescente caldo de cultivo. 

La dictadura de la prosa

Se defiende habitualmente que el cómic es arte dado su valor como instrumento pedagógico y, en menor medida, recurso periodístico. A veces se oye: "¡Eh! Que Maus tiene un Pullitzer". Pero eso solo demuestra que el cómic es un medio válido para el periodismo, como lo es para enseñar cosas, pero no necesariamente Arte. También que solo un tebeo ha ganado ese premio. ¿Son acaso Arte los libros de texto o El País? Lo verdaderamente fascinante de esta cuestión es la aceptación generalizada de que un libro con texto es cosa seria y un tebeo algo infantil. ¿Qué duda cabe de que todos, desde pequeñitos, entendemos antes el lenguaje secuencial que el escrito? ¿No es acaso más efectivo? ¿Por qué suponemos pues que el libro de texto es un material didáctico mejor? ¿Porque caben más letras en una página, porque implica que tenemos que saber leer? ¿Más letras implica más cosas? La dictadura de la prosa nos asalta ya en la cuna, relegando la viñeta eternamente al terreno de la infancia, el juego y la imaginación mal entendida (otra vez Mariscal, minuto 2:20 y 3:00).

El arte que no es Arte

Dicho esto, ¿queremos que el cómic sea Arte? ¿Queremos que se parezca a la industria del cine? ¿Queremos que acabe como el mercado literario, con sus falsas listas de bestsellers, sus falsos premios y sus falsas editoriales; o como la música, que ya no vende discos sino anuncios de Spotify? ¿No queremos acaso preservar ese coto privado, ese toque artesanal, ese eterno victimismo? Ya sea por nostalgia o por interés, ya sea porque creamos firmemente que es el lugar que le pertoca. Ya sea, sobre todo, porque así está bien.

Por eso cuando oigo a gente como Nuria Enguita, me apeno más que enfadarme.


David G. González


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