Los locos del gekiga

Cuando el manga llegó a nuestro país como fenómeno a mediados de los 90, haciéndonos aterrizar en el siglo XXI, generó una subcultura que seguramente no se reconocía como tal, por mucho que molara ser un otaku. Fanzines, revistas y fotocopias fueron la universidad de aquellos que habían sido seducidos por unas temáticas nuevas, una narrativa de infarto y un dibujo afilado. Todas aquellas publicaciones —pocas profesionales de verdad—, con todas sus limitaciones, nos enseñaron que Tezuka era el dios del manga, que Go Nagai era el señor de los robots, que Toriyama y Takahashi eran dos genios, que había mucho hentai y que Japón era un paraíso en el que "todo el mundo" leía cómics. Eso era, más o menos, lo que sabía un lector medio de tebeos —sea lo que sea eso— sobre la historia del manga. Diversos factores que no son motivo de análisis aquí y la irrupción de Internet provocaron que esa prensa/fandom desapareciera y/o, con el tiempo, se trasladara a Internet, un sitio, ya sabemos, vasto e infinito.

Si bien la poca —o poco accesible— prensa especializada en manga que queda hace una labor loable, esta nos ilumina con parcelas de conocimiento muy limitadas, normalmente con la excusa de tal o cual novedad. En buena medida, mucho de lo que hemos aprendido con el tiempo sobre la cultura del manga lo hemos descubierto en sus páginas o visto en sus animes. Por citar algunos ejemplos imprescindibles: la película Otaku no video, la serie Genshinken o el manga Una vida errante, de Yoshihiro Tatsumi (Astiberri).

Saco a relucir la obra de Tatsumi porque él es uno de los tres protagonistas de "Los locos del gekiga" (Satori, 2021), que nos acerca los inicios de los tres magakas que crearon el gekiga: el propio Tastsumi, Takao Saito (el más conocido de los tres gracias a su clásico Golgo 13) y Masahiko Matsumoto, que es a la vez autor de este manga. Lejos de la perspectiva autobiográfica que nos prepone Tatsumi en su, por otro lado, excelente obra, Matsumoto se aproxima aquí al documental —dramatizado, si se prefiere—, y nos propone una historia absolutamente coral, en la que los tres dibujantes, e incluso los secundarios, tienen el mismo peso. Las diferencias entre un trabajo y otro son notorias, en buena medida porque las separan más de 16 años: la de Tatsumi comenzó a publicarse en 1995 y la de Matsumoto, la que nos ocupa, en 1979. No nos engañemos: que "Los locos del gekiga" haya tardado más de 40 años en publicarse en nuestro país dice mucho de la necesidad de su propia publicación —y también de la necesidad de una prensa especializada—: ¿Sinceramente, quién conoce a estos tres autores? Los tres, con permiso de Saito, son desconocidos para el lector medio —sea lo que sea eso—, y Matsumoto aún el más desconocido de los tres.

"Los locos del gekiga" explica los árduos inicios en el mundo del manga de estos tres autores con ideas innovadoras para una época, mediados de los 50, en la que reinaba el manga de aventuras infantiloides. Siempre a la sombra del dios Tezuka, intentaban hacerse un hueco con sus historias "sin humor", que fueron la semilla de lo que más adelante se conocería como "gekiga", el manga adulto o, por hacer un paralelismo, lo que Eisner llamó novela gráfica. El trabajo de Matsumoto nos ofrece el entretenido periplo de esos tres dibujantes, pero también es un documento interesantísimo para descubrir cómo funcionaba el mercado editorial y el ambiente que lo envolvía: el negocio del alquiler de mangas, las rutinas de producción de las revistas, la consideración social de los magakas...

Si bien las recreaciones de este tipo suelen estar barnizadas de cierto romanticismo, aquí el autor no escatima en detalles escabrosos para recrear un ambiente, digamos, oscuro, a falta de un adjetivo mejor —¿patético?—. Matsumoto se aproxima con una mirada aséptica a su propia historia, en la que los problemas económicos, los dramas familiares, el alcoholismo, las envidias profesionales, las traiciones y las bancarrotas están tratadas con un humor negro de necesidad, ya que el propio autor es uno de los protagonistas. Magnífica, en este sentido, es la secuencia en la que el sensei da una lección a los tres jóvenes mangakas desde el lavabo mientras sufre problemas intestinales, y eso solo en la página 15.

Matsumoto nos ofrece un drama, pues, divertido, que no pierde fuelle en sus 300 páginas plagadas de información muy interesante desde un punto de vista cultural. La narrativa, a veces algo atropellada, es sobre todo funcional, con pocas florituras, y una media de ocho viñetas por página que no dan respiro. El lector percibirá cierto encanto demodé en el estilo de Matsumoto, casi como el de la fervorosa inocencia de aquellas primeras historias para adultos, siempre bajo la amenaza de ser canceladas en el siguiente número. Uno diría, al toparse con el inesperado final de "Los locos del gekiga", que quizás aquí sucediera lo mismo, que alguien decidiera cortar la serie antes de tiempo. Pero, bien pensado, qué mejor final para esta historia que uno agridulce.

Y la edición de Satori, con un papel excelente, como es habitual, y traducción de Marc Bernabé.


David G. González


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