Menos Prozac y más Garci

Este veranito, como alternativa a los sudorosos festivales de música o la alegría de las playas metropolitanas, el Cryptshow nos propone encerrarnos en un teatro con más de cien años de historia para visionar Atolladero, "uno de los filmes más estimulantes de la filmografía española del último lustro” (Joseph Escarré, La Vanguardia) y "notable ópera prima" (Antonio Trashorras, Fotogramas) de Óscar Aibar. Pero, ¿cómo? ¿Dónde se pudo ver eso? ¿Cómo se nos ha pasado por alto el debut de "uno de los directores noveles más interesantes surgidos en España en los últimos años"? (Xavier Mendik, Eurofilms LETD).

Rodaje de Atolladero, 1.995.

Sorprendentemente bien acogida por la crítica, se proyectó en los festivales de Sitges, Oporto, Berlín y Gijón y se hizo con el premio a mejor película y mejor actor y con el premio especial del público en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Burgos, con el Premio Ciudad de Barcelona de Cinematografía y premio al mejor director en el Festival de Cine Fantástico y de Ciencia Ficción de Roma. ¿Y aun así, cómo puede ser que no la hayamos visto todos?

Yo me crucé con ella una fría noche de invierno en el televisor de catorce pulgadas de mi habitación de estudiante, tal vez en algún programa de La 2 del corte de Versión Española, que aún no se había estrenado por aquellas fechas, o Qué grande es el Cine, aunque no creo que este western futurista fuera del gusto de José Luis Garci. En todo caso, no me interesa aquí la difícil trayectoria comercial de la película, que ha contribuido a convertirla en cinta de culto, sino esa pequeña, pero profunda, ventana a la vida que era mi televisor de 14 pulgadas.

Aquel sencillo aparato me permitió asomarme a los mundos de directores como Orson Welles, Akira Kurosawa, Fritz Lang, Luis Buñuel o Ang Lee, por citar solo algunos de los grandes nombres que Garci invitó a entrar en mi casa. Si bien el televisor familiar estaba reservado a productos de consumo rápido o perfil más comercial, en un abanico que iba de Río Bravo a Karate Kid, el pequeño Sanyo de mi cuarto tenía gustos más intimistas. En aquellas noches adolescentes, encendía el aparato y la televisión pública me tiraba a la cara películas como Violent Cop, de Takeshi Kitano, o Los burdeles de Paprika, de Tinto Brass. O Rashomon o Retorno al pasado. No tenía que buscarlas, no necesitaba conocer previamente su existencia: Encendía el televisor a determinada hora y listos.

Garci y su banda en el plató de Qué grande es el  Cine.

Y eso me lleva a preguntarme si los jóvenes de hoy tienen acceso a todo eso, sea porque ya no ven la televisión tradicional, sea porque esta ha desatendido sus obligaciones como servicio público. Y no me refiero aquí solo a las públicas; también a esa obligación moral, sino legal, que se les supone a las privadas, que, en definitiva, explotan un espectro electromagnético que es de todos. ¿En las plataformas? Si uno zapea por Netflix, es muy probable que solo se tope con basura precocinada. ¿En Amazon Prime? Sí, hay buenos clásicos ahí, pero escondidos tras montañas de morralla. ¿En Filmin? ¿Quién tiene Filmin? Y, no nos engañemos, ¿cuántas películas de Orson Welles o Paul Thomas Anderson hay en Filmin? ¿En las bibliotecas? Chapó por las bibliotecas, hay que decirlo, pero ¿cuántas familias tienen un reproductor de DVD hoy en día? Y la clave, en realidad, no es tanto si tienen acceso —ya que la virtud de Internet es que si buscas, encuentras— como si les llega; si, como hace 20 años, había gente al otro lado del tubo catódico haciendo un buen trabajo.

Y aun así, si algún joven se sintiera atraído por el celuloide, o por cualquier otro arte, ¿cómo luchar contra los nuevos lenguajes de las redes sociales? ¿Cómo vencer a Tik Tok con las películas de Terrence Malick? ¿Cómo educar en eso desde las escuelas, si ni siquiera saben afrontar el problema de los teléfonos móviles o, ya no digamos, la "dinamitación de la enseñanza pública" (Nadal Suau, ctxt)? ¿Cuándo fue la última vez que un profesor puso como tarea a su clase ver una película en la tele? Con otra dinamitzación, en este caso la de la prensa española, se han perdido muchas cosas. Una de ellas son las mañanas de los sábados en familia alrededor de un periódico que se podía dividir en partes: Los deportes para papá, la crónica social para la abuela y el suplemento para mamá, por ejemplo. Yo abría siempre el diario por el final, directo a la sección de televisión, desde donde el crítico de cine Quim Casas me hablaba, y me decía qué películas debía ver ese fin de semana.

Hoy, en cambio, cuando abres cualquier red social, recibes un bombardeo masivo de basura como "En qué plataforma puedes ver la película que muchos consideran una obra imprescindible de su director" o "Es una de las mejores películas de todos los tiempos y puedes verla gratis".


El trabajo de las familias es hercúleo en este sentido, sumado a todos los demás trabajos hercúleos, sean estos que los niños aprendan inglés o que regresen sanos y salvos a casa cada día. Que no coman azúcar. Que sobrevivan al bullying. ¿Quien podría en ese frenesí diario convencer a su hijo de la importancia de Stanley Kubrick o Stendhal, más cuando hay gente como Llados o el tipo de Desokupa penetrando en su cabeza a través del teléfono móvil, sin filtros y en crudo. Sin servicio público. ¿Cómo luchar contra el Xokas con los versos Jaime Gil de Biedma como arma?

El Xokas en uno de sus interminables directos.

¿Para qué sirve la poesía?, se pregunta el actor Ethan Hawke en esta charla TED que ya he sacado a colación en algun post anterior. Dice: "Tu padre muere, pierdes a un hijo, alguien te rompe el corazón y de repente te desesperas por darle sentido a la vida. Te preguntas si alguien ha sufrido esto antes, cómo salieron ellos de esta tormenta. Ahí es cuando el arte no es lujo, es sustento". Y sigue: "¿Estamos haciendo lo que realmente queremos? La mayoría no lo hacemos, es duro admitirlo. La fuerza de la costumbre es inmensa. Justo por eso los niños son hermosamente creativos".

Y ahora, el dato: Más de un tercio de la población española tiene algún trastorno mental, siendo el más frecuente la ansiedad, cuya prevalencia ha aumentado un 34% en dos años, cifra que alcanza casi el 41% en los menores de 25 años. El Xokas es, precisamente, uno de ellos.

Sin duda, los festivales de cine, como las pequeñas editoriales, se han hecho más necesarios que nunca, y de ahí su proliferación (otra cosa es su viabilidad económica). No sé si Atolladero se ha vuelto a pasar por la tele desde aquella fría noche de invierno, pero, sin duda, la oportunidad que nos brinda ahora el Cryptshow es única y, de nuevo, más allá de lo estrictamente cultural, es servicio público. Las películas nos hablan. Escuchémoslas:

"Este es nuestro lugar, Lenny. Así son las cosas, y son así por algo".

📽️ Atolladero (1995), de Òscar Aibar.

🗣️​ Proyección y diálgo con el director.

🗓️ 5 julio, 21:30h

📍 Cryptshow. El Circol, C/Sant Anastasi, 2. Badalona


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