Los árboles no nos dejan ver el bosque: Por qué me parece bien que Disney excluya Dumbo de su catálogo infantil

En una de las primeras escenas de Garfio en Peter Pan (Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1953), el pirata mata a sangre fría a uno de sus grumetes porque le molesta la tonadilla que canta. Es una escena brillante, sin duda: una fabulosa presentación del personaje. Y si esta no fuera una película de dibujos (volveremos a esto más adelante), se hubiera convertido en una secuencia icónica, si no pionera, del séptimo arte. No recuerdo nada parecido —que seguro que lo hay— hasta Jackie Brown (Quentin Tarantino, 1997), y todos le reímos la gracia entonces. Dicho esto: ¿Es una escena para niños? Pues no.

Disney ha retirado de los perfiles infantiles de la plataforma Disney+ películas como Dumbo o Peter Pan porque estos títulos incluyen "representaciones negativas y/o maltrato de personas o culturas". Bonito eufemismo para no decir racismo, machismo, violencia y otros -ismos. Esta decisión ha hecho correr ríos de tinta  y tweets cargados de bilis, incluso portadas de diarios de ámbito nacional. He leído editoriales en defensa de la libertad mucho más enérgicas que las que se han visto cada vez que se ha menoscabado alguno de nuestros derechos fundamentales. Articulistas indignados de que traten al espectador como tonto cuando en realidad ellos mismos llevan años diciendo que el espectador es tonto. Y lo que me intriga del asunto no es que haya gente que piense así o simplemente que no coincida con mi perspectiva; lo que me parece sospechoso es todo este alboroto.

Para que quede claro: Disney no ha censurado ni retirado nada de su catálogo, simplemente ha excluido esas películas de los perfiles infantiles de Disney +, que están pensados, como YouTube Kids, para que los niños puedan autogestionar los contenidos mientras sus padres están ocupados, ya sea trabajando, ya sea rascándose la panza. Disney no entra en eso. De igual manera, en esos perfiles no podemos encontrar Comando, En el nombre del padre o Show Girls, aunque por razones distintas cada una de ellas, y nadie se extraña. No tengo ninguna duda de que la maniobra de Disney responde más al consejo de sus abogados que a una preocupación por el bienestar mental de mis hijos, pero, sea por el motivo que sea, agradezco que no les expongan a presenciar un asesinato sin al menos antes avisarme.

Es decir, ni te han quitado ninguna libertad, ni como persona ni como padre (permítanme ahorrarme el lenguaje inclusivo), ni se han autocensurado: las películas siguen ahí y, como antes, como siempre, puedes decidir acompañar a tu hijo en el visionado de Peter Pan o de Robocop 3, así como exponerle a la violencia gratuita de una partida de Fortnite. Eso es cosa tuya y el Estado y Dios Todopoderoso son muy poco intervencionistas en este asunto. El mero hecho de que la peli siga ahí, al alcance de todos (de todos lo que puedan pagar la suscripción), desmonta la mayoría de artículos de opinión que he leído contra la decisión de Disney.

Así que dejad de llorar.

También es absurdo argumentar que Disney trata con esta medida al espectador como si fuera tonto, incapaz de detectar por sí mismo los contenidos que puedan presentar problemas morales. Es absurdo porque estamos hablando de niños, con códigos morales en formación y la capacidad de absorción de una esponja y que, por tanto, necesitan de un acompañamiento. Ese acompañamiento lo pueden hacer los padres, la niñera, los maestros o Disney, como hemos dicho, y Disney actúa en consecuencia. Pero para ti la perra gorda: Veamos el caso de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), que se puede ver en HBO bajo la advertencia de que con su "visión nostálgica" el filme "niega los horrores de la esclavitud, así como su legado de desigualdad racial". Vale, aquí sí te están tratando como tonto, porque te están interpelando como espectador adulto.

Entiendo que te enfades.

Te puedes enfadar porque te están llamando tonto, en efecto: "¡Jo, tío! ¡Ya lo sé! ¿Quién se va a creer que los negros eran una panda de holgazanes a los que les encantaba servir a los blancos?". O también, y aquí está la clave, te puedes enfadar porque te están llamando racista ignorante: "¡Es la dictadura de la corrección política", "¡Ñi, ñi, ñi! ¡Otra vez los ofendiditos!" o "¡En nuestra época no había tantas chorradas y no hemos salido tan mal!". Claro, a nadie le gusta que le digan las cosas a la cara, así que acto seguido escupes toda tu bilis en Twitter. Uso un "tú" mayestático, no necesariamente me refiero a ti.

El enfado del usuario viene respaldado por el enfado del crítico, que, como comentaba, no deja de sorprenderme. En sus artículos de opinión ahora se rasgan las vestiduras acusando a Disney de tratar al espectador de tonto, cuando desde el propio sector cultural, y muy concretamente desde la crítica, llevan décadas llamando tontos a los espectadores. Pero no quiero extenderme con eso, así que saco simplemente a colación los ejemplos del Gran Hermano, los blockbuster o los libros de Paulo Coelho: éxitos denostados por la crítica. Creo que fue el insufrible crítico televisivo Ferran Monegal quien dijo que, porque las moscas comieran mierda, él no iba a comer mierda.

¿A qué viene este acoso y derribo desde la prensa? ¿A Disney, uno de los pilares del mundo moderno, uno de los mayores protectores del statu quo durante los últimos 50 años? ¿Acaso hay una conspiración?

Tengo dos teorías al respecto que no voy a desarrollar en exceso para que no cambiéis de canal, ya que la conspiración está muy mal vista últimamente:

1) La teoría del opio del pueblo. Mientras te distraes con este tipo de chorradas, la maquinaria del sistema sigue funcionando inexorablemente.

2) La teoría de la cortina de humo. Mientras te obcecas en arañar la superficie, el problema de fondo pasa desapercibido.

¿El problema es que Garfio asesine a sangre fría, que en Dumbo se estereotipe a los afroamericanos o que en Pinocho los niños fumen o acaso el problema es que Disney haya definido el modelo de familia durante décadas?

Desde la recuperación de Disney a finales de los 80 con La Sirenita (Ron Clements y John Musker, 1990) y la explotación de su franquicia de Las Princesas Disney (para lo que se recuperó algunos títulos anteriores), la compañía ha grabado a fuego en el imaginario infantil ideas que por aquel entonces comenzaban a mostrar signos de agotamiento, como el matrimonio, los estereotipos de masculinidad y feminidad y por supuesto, y para que todo siguiera en su lugar, el orden, aquí representado por la realeza hasta extremos dictatoriales, como en El Rey León (Rob Minkoff y Roger Allers, 1994), donde el rey es rey por la Gracia de Dios.

Eso es lo que ha hecho Disney.

(Abro paréntesis para ubicarnos: Llegaba a su fin el mandato de Ronald Reagan, la era dorada del cine de acción acababa —ya nadie quería oír hablar de Vietnam— y Stallone dejaba paso a Bruce Willis —un tipo que sangraba y que se ponía firme ante su mujer— y se endurecía el Movimiento por los derechos de los Hombres ante el auge de los feminismos. Cierro paréntesis.)

Y aún así, persiste la duda ¿Por qué tanto revuelo? ¿Por qué hay gente de la industria cultural indignada que no dijo ni pío cuando Masamune Shirow autocensuró (sí, eso sí fue autocensura) las páginas de sexo lésbico de la reedición de Ghost in The Shell?

No saco a relucir el manga porque sí:

Sin duda el cine de animación ha sido históricamente considerado como algo infantil, pero también premeditadamente: el sistema quería que a los 15 años dejaras de soñar y te pusieras a trabajar. La imaginación es cosa de niños, como en Alicia en el País de las Maravillas. Eso ha generado en los amantes del género de animación (que no es un género en realidad) un eterno sentimiento de vergüenza, como si ver Akira o Urotsukidōji a principios de los 90 fuera algo que hacer a escondidas, o al menos algo difícil de explicar a tus padres (en un capítulo de la exitosa Médico de Familia (Daniel Écija y otros, 1995-1999), Chechu miraba un VHS de Urotsukidōji mientras su abuelo le decía: "En mi época buscaban a su madre, no se la comían"). Tal es el sentimiento de inferioridad, que incluso los festivales de cine incluyen un premio de consolación para la animación porque se presupone que una cinta de dibujos nunca ganará el premio a mejor película... De alguna manera, quizá inconsciente y seminal, para este público, que con los años se ha hecho un hueco en el sector cultural, Dumbo y Akira no pueden estar en la misma categoría, no pueden ser lo mismo, no pueden convivir en el mismo plano espacio-temporal. Porque sería como desandar lo andado.

Soy consciente de que esta es una idea con pies de barro, pero a veces las cosas se sustentan sobre cimientos más débiles de lo que pensamos. Y cuando el suelo se tambalea, las piezas comienzan a desencajar.

por David G. González

Comentarios

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