Pamela Anderson y el terraplanismo

 Este titular me ha volado la cabeza:

¿Quién es Pamela Anderson, la protagonista de la nueva serie de Disney+?

O sea, que ¿quién es Pamela Anderson, icono televisivo de los 90, estrella de una de las peores y más populares películas de todos los tiempos, la cara más popular de Playboy, activista de PETA, última gran defensora de Julian Assange y protagonista del primer gran escándalo sexual de Internet?

Todo esto viene a rebufo del estreno en Disney+ de la serie que, precisamente, recrea aquel affaire (y que no voy a comentar porque no me da la vida para tanta plataforma). Y si hace falta explicar quién es Pamela Anderson es que, sin remedio, me hago mayor, y que detrás de mí vienen un puñado de generaciones que no saben nada de quien llegó a ser la actriz mejor pagada del mundo. Aún más revelador: quizás no entienden que alguien puediera llegar a ser un icono por salir en la tele, ni que hubo un momento en el que la gente sobrevivía sin Internet. Incluso, pronto, que existiera algo llamado Hollywood, Babilonia.

Pam & Tommy (2022), de Robert D. Siegel

Como siempre, vamos por partes.

La de Anderson es una de esas historias de fama instantánea que no son tal cosa en realidad. Como en el caso de otras estrellas anteriores que persiguieron el sueño americano (Sylvester Stallone o Van Damme, por ejemplo), el camino hacia el estrellato nunca fue fácil para aquellos que no tenían padrinos. Uno no llegava allí porque sí, ni solo por su cara bonita, aunque bien es cierto que los atributos físicos de Anderson le abrieron las puertas con el mismo ímpetu que después se las cerraron: su historia comienza con anuncios de cerveza y toca el cielo con su participación en Los Vigilantes de la Playa, la popular serie de televisión sobre unos socorristas recauchutados protagonizada y producida por David Hasselhoff, en lo que es otra historia sobre el sueño americano que si acaso daría para otro post. Avancemos ahora hasta el final: en la cumbre de su carrera, reina de la mansión de Hugh Hefner y en medio de una turbulenta relación con el rockero Tommy Lee, baterista de Mötley Crüe, fue protagonista y víctima del primer gran escándalo de Internet a escala global: la filtración de unas cintas caseras con escenas de sexo explícito a bordo de un bote. Se habían convertido en un símbolo del amor loco, los Bonnie & Clyde de los 90, nacidos para matar; y aquel fue el broche perfecto para una historia de excesos que acabaría en una trama judicial sin demasiado interés. Después, la caricaturización, el ostracismo profesional, la decadencia y finalmente el olvido. Sobre todo para ella; él era un machote en un mundo de machotes, y tampoco tenía mucho que perder.

La estética de los 90: Woody Harrelson y Juliette Lewis en Natural born killers (1994), de Oliver Stone

Estamos hablando de 1995. El paso del tiempo nos permite observar las cosas con cierta perspectiva, pero también puede nublarnos la vista, al inducirnos a interpretar el pasado con los códigos del presente. Aquel episodio que hoy se explica, con convicción, como un escándalo global dista mucho de lo que hoy se entiende por "escándalo" y mucho menos por "global". Si bien es cierto que el vídeo se acabó viendo en los cinco continentes (bueno, tengo dudas de la Antártida), por aquel entonces Internet no estaba al alcance de todo el mundo y acceder a cierto tipo de contenidos requería una pericia a veces nativa, poniendo de manifiesto una de las primeras brechas generacionales del acceso a la información en la era de, precisamente, la información. Sí, es cierto: si lo buscabas lo encontrabas; y si no, tu sobrino te echaba una mano. Pero había que buscarlo, había que saber que existía. España estaba por otras cosas en aquellos tiempos pretéritos: la serie Farmacia de Guardia llegaba a su fin con un capítulo visto por más de 11 millones de personas (hoy solo un gran evento deportivo alcanza esa cifra), la infanta Elena se casaba con Jaime de Marichalar (el rey Juan Carlos, por cierto, recibía el Premio de la Paz de la UNESCO) y Luis Roldán era detendio en Laos. Como todas las estrellas de fama mundial (léase Michael Jordan) y todos los escándalos sonados de aquella época (léase Monica Lewinsky), la de Pam y Tommy era una historia americana retransmitida por televisión. La caja tonta era entonces el único escaparate de lo que sucedía ahí afuera, y las cosas llegaban cuándo y cómo los señores trajeados de las cadenas decidían. No había que ir a buscarlas: te sentabas en tu sillón y te las iban echando encima. Para las generaciones que han crecido con los escándalos virales de Paris Hilton o Kim Kardashian, unos escándalos que han servido siempre para catapultar sus carreras y no para hundirlas, el concepto de "escándalo" y "global" es distinto. Hasta su globo es distinto y ya no es redondo, es plano: todo a un clic.

Visualicen esa brecha.

La sextape de la socorrista abrió una caja de Pandora que planteaba nuevos problemas, y quien dice problemas dice posibilidades, sobre todo para aquellos que estaban despiertos. Nuevos retos para la industria del entretenimiento, pero también desde una perspectiva legal e incluso moral. Los límites de la privacidad habían sido vueltos del revés a costa de dos personas que, precisamente, se habían hecho (más) famosas vendiendo su vida privada. Eso sí nos suena en este país. Un proceso que cristalizaría, por poner un ejemplo en la misma línea, en el juicio de Hulk Hogan, el mítico luchador de la WWF, contra la página web de cotilleos Gawker, por difundir un vídeo sexual (y racista, y homófobo) de la celebridad. En lo que se considera una sentencia tan pionera como peligrosa contra la libertad de prensa, el medio de comunicación perdió el juicio y acabó cerrando por bancarrota: 100 millones de dolares por provocarle al fortachón estrés emocional y por el perjuicio causado a su imagen pública. Sobre todo por lo de racista y homófobo, lo de liarse con la mujer de un amigo pues ya si eso...

Nobody speak (2017), de Brian Knappenberger, el documental sobre el juicio de Hulk Hogan.

Y es que como canta Tim Minchin: "After all what is vodka for / Apart of making you wanna shag your best mate's wife". ¿Qué hay tras la estrella? Personas, al fin y al cabo, que suelen ser confundidas con sus personajes. ¿Es Pamela Anderson la inocente heroína de los Vigilantes de la Playa? ¿La atolondrada actriz para papeles de rubia de acción? ¿La novia de un músico malote? ¿La conejita? Seguramente lo más cerca que estuvimos nunca de Pamela Anderson fue esa cinta de vídeo casero, algo irrepetible. No volverá a pasar. He aquí su importancia: Nunca más un escándalo será tal cosa, ni un vídeo casero será casual. 

Tampoco nada será global, aparte de esta pandemia. La teta de Rigoberta Bandini, la última película de Sorrentino o lo que sea que haya hecho el Rubius esta semana será global en tu muro de Facebook o en tu timeline de Twitter. En el mejor de los casos, será global tras las puertas de tu casa, o en el bar, tomando unas cañas. Lo que unificó (o globalizó, por usar la jerga de la época) la televisión lo separó Internet. El mundo es definido hasta tal punto por el todopoderoso Algoritmo que Pamela Anderson ya no existe y, peor aún, no existió: debe ser explicada. Y dudo que las universidades jueguen el papel que les pertocaría en este caso; estoy seguro de que siguen hablando de Adorno y Horkheimer. El medio ya no es el mensaje, ni siquiera un masaje: el medio eres tú, que difundes la Palabra igual que difundes el virus.

No pongo en cuestión a los clásicos, sino al sistema educativo, incapaz de abrazar todo aquello que huela a cultura pop o se salga de los libros de texto. La importancia de una pregunta como "¿Quién es Pamela Anderson?" radica en que, en cambio, nadie preguntaría en voz alta, y menos en un titular, "¿Quién es Shakespeare, el protagonista de la película triunfadora de los Oscar?". No porque Shakespeare sea más conocido que Pamela Anderson, sino porque, como dijo Thomas S. Kuhn, autor de La estructura de las revoluciones científicas, "Las respuestas que obtienes dependen de las preguntas que haces".

Thomas S. Kuhn leyendo Playboy. Es broma. Foto: The University of Chicago Press

Pamela Anderson, como Sylvester Stallone, incluso como Van Damme y casi todas las personas que se han hecho a sí mismas, tienen algo que contar y la cabeza mejor amueblada de lo que la televisión nos ha hecho creer. Como muestra, esta relajada entrevista del año 2019, ya fuera del mainstream. Dice, cuando es preguntada por su faceta de activista social: "Lo que más miedo da siempre es la policía". La frase es menos distópica de lo que parece.

Portada de Adam Hughes para Barb Wire (Dark Horse, 2016).

David G. González 

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