Crítica del FIB sin haber ido al FIB

No crean que es una desfachatez esto de hacer críticas de eventos sin asistir, más si ya se avisa en el título. Tampoco es cosa posmoderna, se viene viendo desde que se acuñó el término "nuevo periodismo", que, curiosamente, postulaba todo lo contrario, pero ya se sabe que las palabras se quedan con el uso que se les da, más que con el que nacen.

Tesoro de la lengua castellana o española (1611).

Aunque he sido incapaz de encontrarlo en la hemeroteca, célebre fue en su día el artículo del crítico de cine Quim Casas en El Periódico sobre el estreno de las dos primeras películas de Evangelion en el festival de Sitges: una página entera destrozándolas sin ni siquiera haber entrado en la sala de proyección, y haciendo ostentación de ello. Discúlpenme si mi memoria falla y no fue ni Quim Casas, ni en El Periódico.

Cuándo hablo de "página entera" hablo de cuando solo existía la edición impresa de los diarios y había que ser muy estricto con el espacio que se le dedicaba a cada noticia, ya que hacer girar las rotativas era muy caro [Véase: The Paper: Detrás de la noticia (Ron Howard, 1994) para más información sobre las antiguas rutinas periodísticas]. Fue en el año 2000. Sitges estrenaba, bajo una gran expectación del fandom, Evangelion: Death & Rebirth y The end of Evangelion, los dos primeros largos del mastodóntico proyecto de Hideaki Anno, que ha tardado 27 años en cerrarse con el estreno ya en 2021 de Evangelion: 3.0 + 1.0 Thrice Upon a Time. En aquel artículo, Casas (llamémosle Casas aunque no fuera él) se regodeaba en la ignorancia (¿Qué es eso del manga?, ¿qué es el anime?, ¿qué es el Proyecto de Complementación Humana?), recreando los comentarios a la salida de la proyección para concluir, triunfalmente, que no entendía nada (o que no se entendía; no lo recuerdo exactamente, y nótese, no obstante, la importancia de esa pequeña diferencia).

No traigo esta anécdota a colación de manera gratuita; me sirve para evidenciar la eterna confusión de los medios de comunicación ante la novedad en el campo de la cultura y, en general, ante todo aquello que no entienden, en este caso un fenómeno generacional como Evangelion, aún hoy fuera del lugar que se merece. Y, en cambio, ahí siguen Quim Casas y El Periódico, aunque ya nadie compre periódicos, pero se vendan más mangas que nunca.

Tokyo Revengers, uno de los mangas del momento, de Ken Wakui (Norma)

La cara de confusión que le imagino a Quim Casas leyendo la sinopsis de Evangelion antes de (no) entrar en la sala debe de ser la misma que se me ha quedado a mí al ver el cartel del FIB de este año, y contemplar en mayúscula nombres de bandas como Izal, Dorian o, y a esos ya se les echa de comer aparte, Love of Lesbian.

Nathy Peluso en el FIB'22 / EFE

Miren, a mí, que no sé de nada en concreto, que me traigan a  Nathy Peluso a mover las caderas ya me parece bien. Funciona dentro de la lógica, comercial y musical, de abarcar las tendencias del momento. Negar la influencia del trap o el blanqueamiento al que está siendo sometido el reguetón es ir por ahí con una venda en los ojos, vivir en el pasado, no aceptar que las cosas se mueven y tú no. Pero que aún sigan por ahí bandas haciendo el indie, precisamente bandas de cuando el indie ya estaba muerto, no me cabe en la cabeza desde un punto de vista crítico. Y, sobre todo, no le encuentro el sentido a que un chaval de 25 años se sepa tanto las letras de Lori Meyers como las de Tyga. Que algún programador piense que es buena idea invitarlos al mismo festival y que, además, le funcione.

[Véase este artículo publicado en El Periódico de Aquí, donde dan algunas pistas sobre el éxito de una edición que ha apostado por la comercialidad y la contención de los precios. Sobre todo no lean este otro artículo de Público, penoso; letras arrejuntadas para atraer clics.]

FIB'18 / Iñaki Espejo-Saavedra

Decir que un festival como el FIB es esencialmente un evento musical es mucho decir. Mis recuerdos de fiber, y hace 20 años de eso (los mismos que del estreno de The End of Evangelion, para ubicarnos en el tiempo) son de calor, de cuerpos sudados, bailoteo, playas abarrotadas, duchas también abarrotadas, lavabos mugrientos, de la piscina del pueblo y de la del backstage (muy codiciada, por cierto), de comida barata y latas de atún, alcohol, sexo y drogas. Si me estrujo la sesera, me vienen a la cabeza algunos momentos puramente musicales, es cierto; algunos en primera fila, haciendo de groupie de bandas como Vacaciones, y otros de muy atrás, contemplando un mar de cabezas entre el señor de Radiohead y yo. Pero sacar de todo aquello una conclusión musical, como experiencia, es, como mínimo, complicado.

Radiohead en el FIB'02 / IndieRock Magazine

[Nota: a partir de aquí, donde dice "grupo de mierda" o "eso no es ni música" quiere decir "a mí ese grupo no me gusta, pero respeto todas las opiniones".]

Yo cerré el grifo de los festivales en 2003, con Moby actuando en el FIB bajo la polémica de si eso no era indie, de si el festival había sucumbido a la comercialidad y otras mandangas así. Siempre cuento la misma anécdota: A mí el señor ese que había hecho la musiquita de TVE no me interesaba mucho tampoco, así que aproveché su actuación para ir a echar una mediata a la pocilga que tienen por lavabo en el recinto de conciertos (me informan mis fuentes de que sigue igual, por cierto). Aunque estaba prácticamente solo, un tipo se puso a mear a mi lado. Me miró, sonriente, y me dijo: "El FIB ya ha acabado para nosotros, ¿eh?". Yo asentí con la cabeza y le devolví la sonrisa, no sé por qué (por miedo a que me clavara una navaja, supongo). Me subí la bragueta y me fui para siempre de Benicàssim.

[Otra anotación temporal: Aznar, que veraneaba en la localidad vecina de Oropesa, ya había logrado el hito de poner de moda algo tan ridículo como el pádel en España. Hasta las adolescentes soñaban con jugar contra él.]

NacioDigital.cat

En mi autoconvicción de que yo era un moderno en un mundo de modernos, creaba un paisaje en mi cabeza en el que un hilo invisible unía The Beatles, The Jam, Joy Division, New Order, Blur, Oasis, Television, Galaxie 500, Los Planetas, La Habitación Roja, Mercromina, El Hombre Burbuja, Le Mans, La Buena Vida, Los Fresones Rebeldes, Juniper Moon, Chico y Chica y Superputa. Para mí, lo que iba de una punta a otra de esa lista estaba conectado, aunque, ciertamente, a medida que la lista se hacía más larga, la cuerda se tensaba. Pero en mi cabeza cuadriculada, como cuadriculada era la de todos esos modernos, y de toda la prensa moderna, la música empezaba aquí y acababa aquí.

Y la música acababa, justamente, con el cambio de siglo, coincidiendo con el auge de grupos internacionales como Jet o Kings of Leon, la tabarra esa de Dorian, la enésima canción igual a la anterior de Sidonie y Love of Lesbian pasándose a cantar en castellano; y después vendrían Vetusta Morla que eso ya es para mear y no echar gota. Precisamente que algunos de estos grupos que la modernidad denostaba, por repetición de lo que llevaba diez años haciéndose, sean los que hoy aún persisten en los carteles de los festivales, junto a las estrellas del trap, ha provocado la estupefacción de los que fuimos modernos y, oh, sorpresa, ya no lo somos. Somos unos carcas. 

En este artículo de Publishers Weekly, Nadal Suau dice: "El peligro es que la nostalgia o la certeza súbita de haber envejecido desactiven tu voluntad de incorporar lo nuevo".

Lo que sucede es que el FIB no es una ONG, ni un club social. Es un negocio, que, de hecho, ha estado a punto de hundirse. Tal vez el FIB haya decidido que ya no somos fibers, que somos más del Cruïlla, de Delafé y las Flores Azules y Juan Luis Guerra. Delafé, por cierto, ha vuelto a los escenarios siete años después de su separación.

Tiene sentido que, en ese proceso de desplazamiento, músicos como Deluxe o Nacho Vegas (de lo mejor que dio la última hornada del indie "de verdad" en nuestro país) hayan proseguido con sus carreras más bien alejados de los festivales, construyendo una identidad que empieza y acaba con ellos mismos. Otros, en cambio, como La Habitación Roja, que tocaron la edad de oro del indie siguiendo siempre de cerca a los reyes incuestionables de la movida, Los Planetas, ven ahora sus nombres relegados a la letra pequeña del FIB.

[Nota: hay que decir que Los Planetas están haciendo unos discos impresionantes en los últimos años. Van camino de ser el grupo español más importante de todos los tiempos.]

Todo este movimiento cobra sentido si aceptamos, como apuntaba antes, que el FIB es más un festival en su acepción festiva que musical. Quizás los jóvenes de hoy hayan comprendido, o interiorizado sin necesidad de reflexión, que la fiesta no entiende de fronteras, de estilos ni etiquetas, que las palmas y el tra, tra son un lenguaje universal, que Rosalía te canta en el mismo disco una copla y una bachata, pasando por el noise y el reguetón, y aquí no pasa nada.

Pero cuando hablamos de C. Tangana o Rosalía ya no hablamos tanto de copias baratas como de productos, popurrís que aglutinan las últimas tendencias musicales y estéticas.

C. Tangana imitando a los viejos ídolos del rap / @goicoechea

Jesús Gil en la piscina del backstage del FIB. Es broma. / Telecinco

Aceptemos la mayor y asumamos que productos ha habido siempre, desde los Beatles hasta Rosalía, pasando por Milli Vanilli y los Back Street Boys, y aun así la pregunta siempre es: Qué fue primero, ¿el huevo o la gallina, el arte o el producto, la música o el negocio?

Primero, los Beatles malotes / Everett Collection - Rex Features

Después, los Beatles majos / Picture Alliance - Empics

¿Hubieran triunfado los Beattles si hubieran mantenido el peinado rockabilly de sus inicios? ¿Hasta qué punto podemos discernir si Tangana es simplemente una torpe mezcla de cosas que funcionan y Rosalía el epicentro de las tendencias de un momento concreto, hasta qué punto uno nace como fósil y la otra es un indicador de hacia dónde vamos?

Rosalía / Getty Images

Martirio / Álbum de Martirio

A mí Tangana no me entra; no puedo con esa voz de sapo castrado y ya no digamos las letras. Digan lo que digan, prefiero hacerte "ride como a mi bike" que follarte "en el baño de un garito, borracho en Berlín". Tampoco puedo con esa pose de malote, de montar tanganas (ejem...), una ofensiva copia del estilismo de traperos como Kinder Malo, que además es de un sitio tan digno de estudio como Badalona. De allí sale gente como Jorge Javier Vázquez o Felipe Almendros, José Elías o El Yiyo; tanto le canta Manolo Escobar como aparece en el diccionario de Pompeu Fabra; en sus calles, tanto te encuentras a Willy Toledo como una carpa de VOX; donde Lorca pasó su última Navidad y donde los Reyes Católicos recibieron a Colón; donde se fabrica el célebre Anís del Mono, el licor de hierbas de los monjes benedictinos de Montserrat o el vermut de la casa real. Badalona, la ciudad con más contrastes socioeconómicos de Catalunya, solo por detrás de Barcelona.

No me he ido del tema: hablábamos de Tangana, de montar jarana, de la calle, del barrio, de San Roque, de El Puerto de Santa María. Han conseguido que el espacio mental que ocupaba en la sociedad Extremoduro sea cubierto por un tipo que canta "Quieto, quieto, quieto (hey) / Ese Pucho (hala) / Venga ya, dale / Chipu, chipu".

No vengo a hacer una defensa incólume de Rosalía, hay mucha chorrada en su Motomami, aunque no por eso deja de ser un disco imponente, incluso diría que importante. Pero lo de Tangana es tan zafio que ofende, no por el resultado en sí mismo, que no es ni mucho menos lo peor que uno puede escuchar hoy en día, sino por poner de manifiesto algo, por otro lado, de sobras sabido: que nos pueden vender lo que les dé la gana, desde triunfitos hasta coches diesel, incluso algo tan absurdo como el pádel.

Lo único que no apesta a fritanga de Tangana es la movida esa de juntarse en torno a una mesa con viejas glorias que en algún momento han sido respetadas en este país. Un hecho que, si bien no deja de ser una estrategia de márquetin para acercarse a un público viejoven, le ha quedado hasta original. En esa mesa, por cierto, no puede faltar una botella de Anís del Mono.

Los hombres sentados, las mujeres en pie. / NPR Music

Una de las contradicciones de toda esta posmodernidad es que, si bien estamos de acuerdo en que las nuevas estrellas han contravenido los géneros y, más que fusionarlos, han eliminado sus barreras, sea aparentemente tan necesario etiquetarlas, o al menos vestirlas de elementos identificables (tatuajes, paisajes de extrarradio, chicas en bikini, yates, palmas y flamenco). No tengo claro que eso le preocupe a los jóvenes, pero sin duda nos es de utilidad a los boomers que hemos aprendido a entender el mundo a través de los medios de comunicación, con sus etiquetas y sus compartimentos, con esa manía de hacernos ir por la vida como un caballo con anteojeras. En cambio, cuando los medios son incapaces de encasillarte, simplemente desapareces, sin que nadie te recuerde. Eso es lo que le ha pasado a Malcolm Scarpa, a quien, con motivo de su reciente muerte, han llegado a etiquetar de libérrimo, a falta de cualquier otra palabra. Claro, pones "libérrimo" en Spotify y no te sale ninguna lista.

En el documental Bios, vidas que marcaron la tuya: Andrés Calamaro (Leandro López, 2020) hay un momento en el que Ariel Rot explica que cuando Calamaro trajo al local de ensayo la primera canción de Los Rodríguez con aire latino, Julián Infante dijo "Eso no es rock". A lo que el líder de la banda respondió: "Cuando veas una pila así de billetes, ya verás como va a ser rock". Los grandes artistas, los que han hecho avanzar la música, pero también la pintura y la literatura, se han caracterizado siempre por desafiar las barreras de los géneros. Luego viene la prensa y te etiqueta, para poder comprenderte, empaquetarte, venderte y después dispararte si fuera necesario. Y de ahí: "Rock latino".

En el fondo, todos somos como Quim Casas resistiendo los embates del mar, intentando aparentar que seguimos siendo interesantes.


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