Hacerse el guai no es guai

Sylvester Stallone escribió una novela. No sé si es un hecho muy conocido por estos lares. Paradise Alley, publicada en 1.978, es una entrañable historia de perdedores protagonizada por tres hermanos que intentan alcanzar sus sueños de mundanidad durante el verano más caliente que se recuerda en Hell's Kitchen. Es un libro que uno disfruta, sin duda, arropado por el cariño que se le puede tener a la figura del prolífico actor, director y guionista. En lo estrictamente literario, seguramente tendría problemas para aguantar un asalto con un crítico de verdad, sea lo que sea eso (tanto lo de "crítico" como lo de "verdad"). No obstante, la mezcla de una prosa inocentemente experimental, un simbolismo en esencia efectista y esa típica bondad stalloniana resulta irresistible si leemos la novela como el artefacto pop que es, y no como la obra maestra que hoy en día se les exige a cualquier producto cultural.

Encontré hace unos meses una copia de Paradise Alley a buen precio en Wallapop, y la paladeé como un niño el helado del domingo. No pensaba hablar de ello aquí, ya que prefería guardar la experiencia para la intimidad, pero, curiosamente, o no, el siguiente libro que aguardaba en mi biblioteca era Hey! Julio Iglesias y la conquista de América. En el prólogo, el autor, el también prolífico Hans Laguna, se pregunta por qué la figura de Julio Iglesias no solo nunca ha sido respetada por la crítica musical y la intelectualidad de nuestro país, sino también por qué el actual revisionismo pop que reivindica figuras como Raphael, Camilo Sesto o Rocío Jurado ha obviado la figura del cantante vivo que más discos ha vendido, si no ha cambiado el ranking.

Julio en una popular imagen a bordo de su yet (Jean Claude Deustch, 1986)

En el prólogo del libro de Laguna, se destaca este pasaje del filósofo Theodor W. Adorno, del año 1932:

Hay que abandonar la soberbia característica de una comprensión de la música "seria" que cree poder ignorar por completo el único material musical que hoy día consume la inmensa mayoría de la gente. El kistch se debe interpretar y defender contra todo aquello que es meramente arte mediocre elevado [...]. Por otro lado, sin embargo, uno no debe caer víctima de la tendencia [...] de glorificar el kistch y considerarlo el arte verdadero de nuestra época solo por su popularidad.

¿Por qué, pues, Stallone o Julio Iglesias no han sido nunca reivindicados; ni como artistas, ni como figura popular? ¿Qué extraña conexión tenemos aquí? Hay que ir a las fronteras de la intelectualidad para encontrar una "defensa" de Julio Iglesias, sea en el ensayo de Laguna, sea en palabras de outsiders, a veces a la fuerza, como el novelista (también prolífico) Hernán Migoya: "Confieso que yo fui más de Julio Iglesias que de Barón Rojo" (leer más sobre la relación de Migoya con la música de Julio Iglesias en su novela Baricentro). Adorno daba en la clave: una cosa es ser guai y otra, hacérselo.

Stallone, pintando (Osthaus Museum Hagen)

Es conocido el dato (cosa que no quiere decir que sea cierto) de que Stallone tiene uno de los coeficientes intelectuales más altos de Hollywood: 160, cuando el rango "normal" está entre 90 y 110 puntos. Tiene un Oscar, un Globo de Oro, un César y un Premio de la Crítica Cinematográfica, y Rocky le valió, con solo 30 años, una doble nominación a los Oscar: guion y actor. La imagen popular del actor, no obstante, apunta a todo lo contrario, al menos a este lado del Atlántico: un descerebrado algo bobalicón que sale en películas de tiros y comedias tontas. Sin duda, buena parte de la filmografía del estadounidense tiene una calidad cuestionable, pero sería atrevido trazar una relación tan directa entre obra e imagen, ya que, precisamente las dos películas que lo lanzaron al estrellato, Rocky y Acorralado, tienen un valor cinematográfico y cultural incuestionable.

Sí veo una relación causa-efecto en el antiamericanismo reinante en Europa en general, pero en este país en especial, durante la segunda mitad del siglo XX. De hecho, aún hoy, españoles y turcos son los ciudadanos del Viejo Mundo que más odian a Estados Unidos. Según un estudio del Real Instituto Elcano, algunos de los hechos históricos que explican esta aversión son, entre otros, el apoyo de Washington a Franco tras la Guerra Civil, el establecimiento de las bases estadounidenses en España o el respaldo de Reagan a las dictaduras militares de América Latina. Aunque el salto que doy ahora es bastante pronunciado, no es difícil encontrar miembros de la Generación Silenciosa, e incluso baby boomers, que han construido una francofilia cultural en contraposición a las americanadas; que no solo no han visto Rocky, sino que, además, la tienen por una película menor de manera prejuiciosa. Un posicionamiento opuesto a la estima de los norteamericanos hacia personajes como Stallone o Arnold Schwarzenegger, protagonistas de un cine de acción que se volvía extremo en consonancia con las políticas de la administración Reagan tras la Guerra de Vietnam y las tendencias conservadoras del boomer norteamericano.

Sly & Arnold, los años violentos (Sygma via Getty Images)

A simple vista, la relación entre el cine de Hollywood y la política internacional explica el desprecio patrio hacia las americandas, pero no nos dice nada sobre por qué el revisionismo kistch ha recuperado figuras como la de Chuck Norris o Nicolas Cage, pero no la de Stallone. Llegados a este punto, considero que un factor esencial a tener en cuenta es el de la "significación". Mientras buena parte de la producción de Norris, y otros como Charles Bronson o Steven Seagal, era encasillada en la serie B, Stallone o Schwarzenegger se convertían en superestrellas que, a su pesar o con su connivencia, representaban a una superpotencia reclamando su dominancia mundial, e incluso espacial. Ellos representaban el mito de una época a la que Norris llegó demasiado pronto y Seagal, demasiado tarde, siendo relegados a segundo plano eternamente. Ellos son el mito.


Si se me permite robar una frase de la película… «la Fuerza está con nosotros».

Ronald Reagan

Pero todos los mitos caen, y así cayeron Stallone y Schwarzenegger en favor de héroes más humanos, acordes a los nuevos tiempos, como Bruce Willis o, en menor medida a causa de su errática carrera, Mickey Rourke. Estos nuevos héroes se mostraban más humanos, sangraban y se desarmaban ante el "sexo débil". En una estrategia tal vez errónea, los dos musculados actores dieron un sorprendente giro hacia la comedia y protagonizaron títulos como ¡Alto!, o mi madre dispara (posiblemente la película con más signos de puntuación en su título) o Poli de guardería. Si bien Terminator salió mejor parado que Rambo, uno diría que ambos se pasaron de frenada.

¡Alto!, o mi madre dispara (Roger Spottiswoode, 1992)

Y así fueron olvidados por el público y despreciados por la industria, hasta que el revisionismo pop, arropado por un posmodernismo presuntamente progre, rescató a algunos de ellos. Dejando a un lado el caso de Schwarzenegger, ya que su carrera política enturbia el análisis, sorprende que nadie haya reivindicado desde el gafapastismo la figura de alguien como Sylvester Stallone. De hecho, tuvo que ser él mismo quien, aprovechando el tirón, se subiera al carro de la nostalgia con la saga de Los Mercernarios, además de las nuevas entregas de Rambo y Rocky. Sin entrar en detalles, la cosa le salió más o menos bien, y, tal vez por eso, esa "mirada atrás", algo petulante, continuó sin hacerle caso. Mientras a Rourke (El luchador), Van Damme (JVCD), Don Johnson (Frío en julio), Kurt Russell (Death Proff), Eddie Murphy y Wesley Snipes (Dolemite Is My Name) o el mismo Schwarzenegger (Maggie) se les han dado oportunidades para redimirse en la pantalla, Stallone se ha tenido que pagar las suyas propias (John Rambo).

[Dato: Pánico en el túnel, la última superproducción de Hollywood protagonizada por Stallone, es de 1.996 y tuvo un presupuesto de 80 millones. La siguiente película con Stallone, Cop Land, costó 15.]

El luchador (Darren Aronofsky, 2008)

Permítanme desviarme un poco, pero no mucho, para hablar de lo que pasó el 31 de diciembre en este país. El streamer Ibai Llanos volvió a retransmitir las campanadas en directo, recuperando, como ya hizo en 2021, una vieja gloria de la televisión nacional, Ramón García, y una nueva invitada en esta ocasión, también vieja gloria: Anne Igartiburu. Lo hizo, además, en un formato 100% televisivo, como se puede ver en esta imagen:

twitch.tv/ibai

Haciendo un poco de zapping se podía comprobar fácilmente que el nivel de épica televisiva reunido por Llanos solo era comparable al de Televisión Española, con Ana Obregón y Los Morancos. Curiosamente, uno diría que incluso había más autoparodia en el programa de la televisión nacional que en el de Ibai. Dicho esto, lo que interesa destacar aquí es que mientras las televisiones apostaban por figuras de nueva hornada, como Pedroche en Antena 3, o completamente desconocidas como en el caso de TV3, era el abanderado de la generación streamer quien recogía sin prejuicios el testigo de la mitomanía catódica. Vean la paradoja.

[Dato: Ibai congregó 2'2 millones de espectadores (cifras del propio streamer) y Antena 3, líder de audiencia esa noche, registró más de 6'5. Ambos, por cierto, perdían audiencia respecto al año anterior.] 

De nuevo, la "significación" es el elemento que cabe destacar a la hora de hablar del caso de Julio Iglesias, quien, como apuntaba al principio, no ha gozado de la gracia de los hipsters para ser recuperado junto a otros cantantes como Tino Casal, Camilo Sesto o Raphael, representando este último seguramente el caso más evidente. Si bien estos tienen más cualidades vocales que Julio, los cuatro han sido ridiculizados por igual a causa de su amaneramiento escénico. Solo Sesto y Raphael, no obstante, se han subido al carro hasta transformarse en una caricatura de sí mismos, cosa que Iglesias nunca ha hecho, sea porque no lo ha necesitado o porque ha tenido el juicio necesario para no hacerlo. Y Casal, evidentemente, porque estaba muerto.

El retrato que hace Hans Laguna del cantante en Hey! Julio Iglesias y la conquista de América es la de un hombre centrado en su carrera hasta límites enfermizos, rodeado de un equipo con un solo objetivo: convertirlo en la primera superestrella latina mundial. Todo ese trabajo, no solo musical, evidentemente, le lleva a llenar estadios a cada lado del océano, protagonizar anuncios millonarios de Coca-Cola y grabar discos en 14 idiomas. El control de su carrera e imagen ha sido tan absoluto (incluso su divorcio fue acompañado de un comunicado de prensa; el primero en este país, según explica Laguna en su libro) que uno podría decir que es el único mito vivo que no ha caído, aunque con miedo a equivocarse.

Curiosamente, estos días se hace viral una polémica en torno a la colaboración entre Shakira y el DJ Bizarrap, que supuestamente vehicula un mensaje de rencor hacia el ex de la cantante colombiana, un futbolista. Lo que tenemos aquí, a todas luces, es una estrategia comercial que ya había puesto en práctica (¿tal vez incluso inventado?) Julio hace 43 años, tras su ruptura con Isabel Preysler:

Julio, como Stallone, ha sido menospreciado por la élite cultural de nuestro país, por su carrera (y su vida) de éxito, porque "no sabía cantar", por ser un chaquetero o tal vez por su imagen de pijo relajado. Como Laguna señala en su libro, es prácticamente imposible encontrar en Internet una reseña estrictamente musical de un disco de Julio Iglesias. Sobre su vida, real o ficticia, todo y más.

© GTRESONLINE

El gafapastismo ha pecado de ser más estético que ético: de reivindicar la superficialidad kitsch de Sesto y obviar la importancia de la figura de Julio Iglesias en la industria musical, de perder los papeles por un meme de Chuck Norris y menospreciar la trascendencia cinematográfica y cultural de Rocky. En este revisionismo acrítico hemos sucumbido a la globalización, y ya no somos ni antiamericanos ni francófilos. También hemos propiciado un desprecio por la cultura popular propia en favor de un arte más bien pop, de estéticas más llamativas y lenguajes más internacionales. De esta manera hemos olvidado a tantos y tantos escritores de literatura de género y artistas de la copla. ¿Por qué ahora mola mazo una película de Lorenzo Lamas, pero nadie reivindica a Alfredo Landa? ¿En la memoria de quién quedan los libros de Curtis Garland o Ralph Barby? ¿Quién escucha ya a Imperio Argentina o Estrellita Castro, y tantas otras cuyo nombre no podemos recordar? Esa ola de olvido, además, no cesa, y amaga bajo un velo de espuma blanca a todos aquellos artistas contemporáneos que, en la reivindicación de lo propio, tampoco molan, sea el caso del ya citado Hernán Migoya, sea, por ejemplo, Garci y su El crack cero (hablo de ello en este otro post).

Cierro con una frase de Julio, algo sacada de contexto: "Así somos, los españoles no nos queremos”.

David G. González

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