La décharge mentale, de Bastien Vivès

Bastien Vivès siempre te deja con la boca abierta. A veces para bien, a veces para mal; pero, claro: para gustos, colores. Le tenía muchas ganas a La décharge mentale y estaba esperando a que alguien lo publicara por aquí, pero nadie lo ha hecho (¿o me ha pasado por alto, tal vez?) y al final he tirado de original.

Le tenía muchas ganas porque prometía funcionar como una suerte de díptico de Los melones de la ira, uno de mis cómics preferidos del autor francés, y, las cosas como son, una pequeña obra de arte. Pero, claro, si hubiera sido así, lo que yo esperaba, no hubiera sido un cómic de Vivès.

La décharge mentale explica la aventura de un tipo que se encuentra a un viejo amigo llorando en una gasolinera. A regañadientes, este acepta que le acompañe a casa en coche y al final una cosa lleva a la otra y el protagonista acaba atrapado en una telaraña de placeres sexuales de los que parece que no vaya a poder escapar jamás.

Vivès juega con nosotros, igual que en Los melones de la ira, a la incomodidad, situándonos en los límites de lo prohibido y, a fin de cuentas, desafiando las convenciones morales. Pero todo lo que en la anterior obra era drama, aquí es comedia, funcionando como una especie de anverso (incluso el dibujo contribuye). A golpe de erotismo y absurdo, el lector, como el protagonista, se ve atrapado en una historia que no podrá soltar hasta el final. Una trampa de la que no podrá hacer otra cosa que disfrutar, aunque tenga que pagar el precio de la culpabilidad.

Solo al final, cuando uno piensa que ya sabe lo que está haciendo Vivès, se precipita un doble final que da la vuelta al calcetín y uno se queda así como "¿qué ha pasado aquí?". De repente parece que el mensaje (¿hay mensaje?) cambia, y te preguntas "¿Es un cómic feminista?, ¿es acaso machista?, ¿soy yo el machista?". Ni una cosa ni la otra: es, como decía, una trampa.

Vivès es un genio y punto.

David G. González

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