"Mundo perdido", de Yoshihiro Tatsumi

Yoshihiro Tatsumi es uno de los grandes nombres de la historia del cómic, aunque, sin duda, su figura no es tan popular como la de Osamu Tezuka o, por cruzar el charco, Will Eisner. A él se le atribuye la  acuñación de la palabra gekiga, que ha servido para denominar un tipo de cómic japonés dirigido a lectores adultos, un concepto que con el tiempo se ha ido destilando de tal manera que ha perdido su esencia original (e incluso se ha llegó a convertir en una mera estrategia comercial para captar lectores ávidos de sexo y violencia: "solo para lectores adultos", rezaban algunas sensuales portadas en nuestros quioscos en los 2000). Hay mucha literatura sobre el origen del concepto, y en en el epílogo de este libro se habla de esto desde una perspectiva muy interesante y con mucho más poso del que puedo aportar yo aquí.

Así que centrémonos en lo que nos ofrece esta recopilación de veinte historias dibujadas durante los años de eclosión del gekiga, entre los 60 y los 70, ya que nos permiten asistir no solo a un fenómeno en formación, sino también al crecimiento de un autor experimentando con sus propios límites, y los del lector.

Mundo Perdido (Manga Satori) refleja una serie de personajes masculinos perdidos en la vorágine de la modernidad: coches, fábricas, luces de neón... Hombres que viven en ciudades inconcretas pero contemporáneas, que, a fuerza de ensayo y error, parecen ser la misma, ya que comparten elementos: todas están sucias, todas son oscuras y en todas habitan hombres aplastados por el peso del tiempo que les ha tocado vivir. 

Hartos del infantilismo de los superventas de su época, Tatsumi y sus colegas crearon historias sin esperanza en la que pasan cosas que hasta entonces no pasaban en ningún tebeo japonés. Estas ideas se repiten una y otra vez en estas veinte historias, como si Tatsumi estuviera persiguiendo la historieta perfecta: hombres taciturnos, mujeres ardientes, sexo vacío, montañas de basura... y una imagen que no puedo ni imaginar cómo fue recibida en su época: alcantarillas llenas de fetos abandonados. De esta manera, y tal vez involuntariamente, Tatsumi crea, en efecto, un mundo, en el que todos estos personajes podrían cruzarse en cualquier esquina. Es una comedia humana, que, como otras célebres comedias, humanas y divinas, no hace gracia. Ni una de estas historias acaba bien, pero tampoco se podría decir que todas acaban mal. Algunas incluso ni acaban. ¿Hay algo menos comercial que eso?

Este "aprendizaje" no lo vemos (disfrutamos, diría) solo en lo que cuentan estas páginas, sino también en las técnicas plásticas aplicadas. Historia tras historia, Tatsumi perfecciona sus recursos para plasmar esta ciudad, y sobre todo su oscuridad. Este trabajo con la luz y todo lo dicho anteriormente le llevan a firmar al final del libro una de las historias más brillantes, en la que la oscuridad juega con los destellos de una ciudad moderna ofreciendo un resultado maravilloso, y no solo estético sino también narrativo. Queda de manifiesto un esfuerzo poético (o intelectual) pero también plástico (o artístico) para encontrar una nueva manera de hacer.

Mundo Perdido es un libro tan contundente como imprescindible, y a la vez una lectura vivaz. El lector cerrará el cómic turbado, preguntándose cómo puede haber devorado algo tan chungo en un plisplás, como quien se ventila de una sentada el último número de Dragon Ball. Precisamente ahí radica su importancia: el gekiga era algo nuevo, una mezcla de tradiciones y necesidades que quizás solo podamos disfrutar en su deliciosa impureza (o justo todo lo contrario) en sus obras seminales.

David G. González


Comentarios