Los tebeos que marcaron mi vida #06: BLAME!

BLAME. Tsutomu Nihei (Glénat / Panini, 2001-2024).

Es muy probable que cualquier aficionado al cómic sepa qué es BLAME!, incluso pueda describir algunas de sus recargadas páginas, pero no tantos podrán explicar de qué trata. Su huella es estética: tenebrosas manchas de negro, finísimas tramas manuales, arquitecturas imposibles y una dinámica que no cesa de la primera a la última página. Nihei no es amigo de los diálogos; se explica a través de vacíos inmensos y escenas de acción. ¿Que de qué va? No sé, hay un mundo tecnológico en decadencia, unos bichos muy cabrones y una chica. Ni idea, pero ¿qué más da? La sensación que te dejaba en el año 2001 era como la de estar viendo, precisamente, 2001: odisea del espacio, con el monolito ese dando vueltas. Su estilo ha dejado huella; podemos apreciarlo en el diseño de personajes de la aclamada Gantz (Oku Hiroya, 2002, Glénat) o en mangas de corte gótico, como GOTH (Otsuichi y Kenji Oiwa, EDT, 2013). Por no hablar de los títulos...

Sin duda, por aquella época estábamos acostumbrados a estilos muchos más híbridos que los que imperan hoy en día en el shōnen. Habíamos gozado como niños del extraño realismo de los mafiosos de Ryōichi Ikegami o del mundo apocalítico de Otomo, pero en Nihei apreciamos una premeditada experimentación. Aquí, un diseño de personajes 100% manga (ojos imposibles, siluetas esbeltas, peinados de cartón piedra...) combina con un uso de las tramas manuales y los pinceles que recuerda tanto al cómic europeo como al viejo manga de samuráis. Uno diría que hay mucha reflexión tras el trazo final, y es inevitable ver la mano de muchos otros referentes. Si bien el influjo de Masamune Shirow es tan evidente como presupuesto, tampoco puedo evitar recordar el Genocyber de Tony Takezaki cada vez que leo BLAME! Y, por la vertiente europea, tengo ahora mismo delante de mí la viñeta de una ventana que podría haber dibujado Moebius (ver BLAME! Noise, Panini, 2023, pág. 102).

2001 era el año de El Almanaque de mi padre (Jiro Taniguchi, Planeta DeAgostini) y Monster (Naoki Urusawa, Planeta DeAgostini), y estábamos a las puertas de La Sonrisa del Vampiro de Suehiro Maruo (Glénat, 2002). La apuesta de las editoriales por el manga para lectores maduros se había desinflado, y atrás quedaban títulos como World Apartment Horror (Katsuhiro Otomo y Satoshi Kon, Planeta DeAgostini, 1994), Patrulla Especial Ghost (aka Ghost in the shell, Masamune Shirow, Planeta DeAgostini, 1993) o La escolta del sultán (Haruka Takachiho, Katsuhiro Otomo y Akihito Takadera, 1996, Planeta DeAgostini). A las puertas del boom del manga en nuestro país, los lectores que habíamos crecido con Dragon Ball leíamos con avidez todo aquello que se alejaba del manga para adolescentes; no por renegados, sino símplemente porque nos hacíamos mayores y esperábamos que aquel sueño de ojos imposibles nos acompañara eternamente. Desrgraciadamente, no pudo ser.

BLAME! Noise

Pero sacudamos la cabeza, que la nostalgia es una cosa muy demodé ya. Panini cierra ahora la nueva edición de BLAME! con BLAME! Noise, una especie precuela que en realidad es solo —que no simplemente— una historia ubicada en un tiempo anterior (diría que contiene la elipsis más vasta que he visto nunca: treinta siglos). Pero, aún más, no se disfruta tanto por su argumento, que aporta poco a lo leído hasta aquí, como por la pieza de coleccionista que es. Si dejamos a un lado el capítulo central, que es Nihei en estado puro, el resto de pasajes parecen ensayos de lo que acabaría siendo, o podría haber sido, BLAME!. En lo gráfico, encontramos degradados y aguadas impropias del estilo que lo ha hecho popular. En lo narrativo, nos topamos con capítulos inusualmente dialogados. Y, como broche de oro, tenemos la historia que sirvió de germen para la obra final, publicada originalmente en 1995, cuando el autor tenía 24 años.

En resumen, BLAME! Noise es un cómic para completistas, la guindilla para uno de los mangas más influyentes en su género. ¿Nada nuevo? Puede ser, pero qué bien sienta volver a adentrarse en ese mundo tan tenebroso y solitario. Donde otros grandes maestros levantaron mundos, Nihei construyó una pesadilla.


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