EL HOMBRE QUE SE DEJÓ CRECER LA BARBA
Recuerdo la primera vez que me hablaron
de Olivier Schrauwen y me alabaron su obra, su tinte surrealista
(surrealista de verdad, no de postín) y su técnica de dibujo y
color, propia de otra época (de principios del siglo XX
concretamente). La cosa se quedó en la lista de cosas pendientes,
hasta que Norma editó “Mi pequeño” (2009), una joya
arrebatadora. Por eso cogí (literalmente) con muchas ganas “El hombre que se dejó crecer la barba” (Fulgencio Pimentel, 2012), el
nuevo álbum publicado aquí de Schrauwen. Y qué placer, el de
colmar las expectativas.
El texto promocional de “El hombre
que se dejó crecer la barba” dice que este libro es una selección
de relatos cortos, y eso siempre me desanima un poco. Sí, ya sé que
está mal visto desdeñar a los hermanos menores de la literatura,
pero así, a priori, siempre he preferido la obra larga al relato
corto (burro grande ande o no ande). Bien, no he venido a hablar de
esto. Lo que quiero decir es que no tengo tan claro que este cómic,
en su conjunto, no sea una obra completa, que ese señor de barba que
sale viñeta tras viñeta no me quiera decir algo que a veces creo
que estoy a punto de abrazar, pero no, se me escapa. La idea flirtea
conmigo, coquetea un rato, y al final la pierdo, aunque deja un poso
ahí.
“El hombre que se dejó crecer la
barba” es una obra fascinante e hipnótica que pide de la
colaboración del lector para ser disfrutada. El autor debe comulgar
no sólo con el humor/horror de Schrauwen, sino también con su
puesta gráfica; con ese rollo, no retro, sino antiguo. Mientras lees
este cómic, estás en otro lugar.
Pero siendo prosaicos, sí, “El
hombre que se dejó crecer la barba” es un cómic de historias
breves, dispares en forma y estilo. Empieza con un ensayo sobre tipos
de cabello, continua con un episodio que habla del oficio del cómic
y sin darnos cuenta estamos en una madriguera, y acabamos siguiendo a
un hombre en su huida (y uno diría que esto último sucede dos
veces).

Olivier Schrauwen es un bicho raro del
cómic, y si os gustan las catalogaciones, pues esta obra no es ni
una novela gráfica ni un álbum. Es lo que es, y no es aconsejable
leerlo con la pretensión de encasillarlo.
Hay que disfrutarlo y ya está. Un poco dadá, un poco Péret, también, y sobre todo un poco McCay.
Hay que disfrutarlo y ya está. Un poco dadá, un poco Péret, también, y sobre todo un poco McCay.