Los Guardianes de La Galaxia: el blockbuster definitivo
por David G. González
Los Guardianes de la Galaxia ha
llegado a los cines después de una gran campaña de marketing y
envuelta en buenas críticas, sobre todo del fandom comiquero.
Normalmente, desconfío de las grandes campañas de marketing, pero
desde un buen principio me dio la impresión de que esta tenía algo
especial, que no era como las otras. Las estrategias publicitarias
suelen ser ajenas a las pelis y se dan por supuestas. Es decir, que
estamos produciendo Harry Potter: le damos un presupuesto
millonario a unos creativos y que vayan haciendo carteles. Que
estamos produciendo La cabaña en el bosque: no nos gastamos
mucho en publicidad porque apenas ganaremos unos milloncejos. Con Los
Guardianes de la Galaxia parece que algún trajeado de la
productora, en algún momento, vio lo que James Gunn, el director, se
traía entre manos. Y pensó: “Lo vamos a petar. Saca la pasta”.
En serio, no puedes decir que Los
Guardianes de la Galaxia no te gusta. Quedarás como un gafapasta de postín o un tipo triste. El verdadero
intelectual, el hipster seminal, el adalid de la cultura pop, verá que
aquí se ha llevado el cine a otro nivel. Hemos cambiado de teorema,
año 1 después de Rocket. Gunn ha consolidado el blockbuster de
autor, el hedonismo para toda la familia, un noveno arte en el que no
importa tanto hacer una película como hacerlo pasar bien. Los
Guardianes de la Galaxia se vive al momento. No importa qué ha
pasado antes, ni siquiera qué va a pasar. No tienes tiempo de pensar
en nada de eso porque te lo estás pasando bien, y cuando te lo pasas
bien no piensas.
¿Puede una película ser para todo el
mundo? ¿Puede satisfacer todos los intereses? James Gunn lo ha
conseguido. Para empezar, nos convierte a todos en niños, con una
escena a lo Spielberg que arrancará las lágrimas de los más
sensibles. Ahí hay nostalgia y años 80 en vena, así que a los
eternos adolescentes de la época de Narajito ya nos tiene en el
saco. Por otro lado, ha hecho una peli con un mapache gamberro y un
árbol, llena de tipos azules y verdes y rojos, así que ya tiene a
los niños también. Para los que necesitan bromas inteligentes, el
gag sobre Pollock no tiene precio. Y a los que les guste el humor
guarro a lo American Pie, pues la misma broma sobre Pollock
funciona igual. A aquellos a los que sólo les interesan las pelis de
acción o las naves espaciales, aquí también tienen una buena
ración. Hay guiños para los amantes del cine, como la coña sobre
Kevin Bacon o el cameo de Lloyd Kauffman. Y los fans de los tebeos
también tienen tela que cortar (sólo la mera presencia de Yondu ya
da para una precuela). Gunn transgrede los límites preestablecidos por Hollywood y deja la seriedad aparcada. Se comporta como un adolescente y hace bromas freakies que funcionan como chistes para todos los públicos. Y aquí el cómic de superhéroes se trata con la normalidad que se merece, como un producto cultural más, sin barreras ni prejuicios. Es la peli total. Es el blockbuster
definitivo.
¿Y qué decir de la escena
postcréditos? En serio, es un subidón. En veinte segundos, casi sin
guión y con un diálogo escrito en la taza del water, la escena
arranca las sonrisas, las lágrimas y casi el corazón de media sala. Al sentir la reacción de la gente, vi lo hondo que había
calado el fantaterror en nuestra infancia y en nuestros padres. No
sólo de los aficionados al cómic, también de esa generación
afortunada de los 80. Con esos veinte segundos, Gunn consigue lo que
J.J. Abrams no consigue en las dos horas de Super 8: hacernos
recuperar la ilusión por ir al cine.