NIGHTCRAWLER

Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014) llega a las pantallas precedida de galardones y nominaciones, y, sí, tengo que decir que aquí estamos todos de acuerdo: para mí, es la película del momento. Ni Interstellar (Christopher Nollan, 2014), ni Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014): el debut cinematográfico de Dan Gilroy es tan imponente como el Taxi Driver de Scorsese (1976) o el Club de la Lucha de David Fincher (1999).

Nightcrawler reflexiona sobre varias cosas. O quizás no reflexione y solo las exponga en su crudeza. Es un retrato de una sociedad saciada (la actual), de un negocio pervertido (el del periodismo) y de una ciudad muerta (Los Ángeles). Pero, aún más, y ahí está el hecho diferencial: Gilroy, con la ayuda de una espléndido Jake Gyllenhaal, hace un retrato visceral, pervertido y exagerado de la figura del emprendedor, tan en boga últimamente, y tan perversa.

Nightcrawler es, también, una película, en mayúsculas. Una buena muestra de cine a medio camino entre el independiente americano y las producciones de los grandes estudios. Tiene algo de Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), pero también algo de blockbuster. El resultado es un ritmo ininterrumpido que crece y crece hasta un clímax frenético que te mantiene agarrado a la butaca. Todo un pulso.

Gyllenhaal interpreta a un tipo inteligente y algo sociópata en busca de una luz que guíe su vida, una aspiración mayor, una forma de realizarse. Accidentalmente, descubre el mundo de los videoreporteros nocturnos: carroñeros en busca de accidentes, robos, tiroteos y violaciones. Cuánta más sangre mejor, cuántos más muertos mejor y cuanto más cerca suceda de cualquier hijo de vecino, mejor. Porque, ya se sabe, lo que vende en la tele es el miedo.

Nightcrawler hace un retrato sucio y retorcido del mundo del periodismo. Pero eso no es nada nuevo. También retrata a los reporteros como personas ruines y solitarias, muy en la línea de lo que hizo Howard Franklin en El Ojo Público (1992). Así que eso tampoco es nuevo. El fresco nocturno de Los Ángeles es precioso. Pero eso ya lo hizo con Nueva Yok Scorsese en Al límite (1999). Lo verdaderamente intrigante de esta película es su personaje principal, que, en el fondo, no es más que un nuevo empresario, un joven abriéndose camino en el despiadado mundo de la televisión. Sí, bueno, el chico está un poco tocado. Pero, en el fondo, habla con coherencia desde un punto de vista empresarial. En el fondo, hemos visto cosas muy parecidas en la vida real últimamente.

En este sentido, Gyllenhaal brilla como nadie en esta película. Parece como si todo lo que le salió mal en Zodiac (David Fincher, 2007) y Prisioneros (Denis Villenueve, 2013) le haya salido bien aquí. Incluso como si todo lo mal que lo hizo Javier Bardem en No es país para viejos (Ethan Coen, 2007) lo hiciera bien Gyllenhaal aquí.

El resultado es el Taxi Driver de nuestro tiempo, como se ha dicho mucho. Pero un poco al revés, o totalmente. O quizás solo disfuncionalmente. Porque aquí el protagonista no hace justicia, ni venga nada. Solo se reivindica a sí mismo y su derecho a realizarse, a cumplir con el sueño americano.

Nightcrawler es el debut más prometedor que recuerdo desde hace tanto tiempo que no recuerdo desde cuando. Es un alarde de savoir-faire. Es el retrato de una generación. Y quema.


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