"Último fin de semana de enero", de Bastien Vivès

Empiezo esta reseña sobre lo último de Bastien Vivès hablando de Darren Aronofsky, cosa que tal vez no haya hecho nunca nadie antes. Con motivo del estreno de su tercer gran trabajo, La Fuente de la Vida (2006), en el festival de Sitges, se dijo mucho eso de que era "poco Aranofsky" e incluso "un poco Kubrick". El director, visiblemente sorprendido, respondió que no era consciente de que hubiera un "estilo Aranofsky". Supongo que para un artista, al contrario que para un artesano, no hay nada peor que repetirse. Es así como me explico películas como Kill Bill o El Aviador en la trayectoria de directores que tal vez han temido encasillarse tanto temática como estilísticamente. Pasa en el Cine, como pasa en la Música y en la Literatura, donde, evidentemente, también existen miles de profesionales que graban siempre la misma canción y escriben siempre el mismo libro, con una visión más de negocio que por amor al arte.

Sin duda, no es fácil tocar todas las teclas, y qué duda cabe que las obras de todos los grandes artistas son fácilmente reconocibles gracias a unas coordenadas determinadas, sean estas más o menos evidentes: pensemos en un cuadro de Miró o en un libro de Bukowski. Uno no espera que la próxima película de Woody Allen sea una cinta de acción, por ejemplo. O que Destroyer se pase al flamenco fusión. La grandeza, pues, de Bastien Vivès, más allá de sus virtudes y sus aciertos concretos, es esa habilidad insólita de hacer diana con un manga a la francesa como Last Man, una broma pornográfica como La décharge mentale o títulos más de tradición francófona como La blusa o, el caso que nos ocupa, Último fin de semana de enero.

El contenido ejercicio que nos propone aquí Vivès consiste en hacernos espectadores de una historia otras veces contada, sin duda: la de un hombre y una mujer que, sumidos en el hastío diario, se dejan llevar por las fuerzas de amor con una inocencia casi adolescente. Son dos personas de mediana edad, con pareja e incluso hijos: un dibujante de tebeos y una doctora. Coinciden en el Festival Internacional de Comic de Angulema, al principio por casualidad y después, cada vez más, a caso hecho. La mentira se instala así en una trama en la que la infidelidad, en realidad, solo es una idea que sobrevuela sobre el tema principal: el enamoramiento.

La cosa avanza a un ritmo muy Vivès, si es que existe un "ritmo Vivès", en el que bien podemos asistir a una cena que tiene acabar ya a o a una cita de negocios que nunca se acaba de concretar como a un baile que dura tres páginas. Y en esa montaña rusa -entre el estrés de las obligaciones cotidianas y esos lapsos esponjados en los que vivimos la vida que nos han robado- sucede la pequeña historia de nuestros protagonistas. Y si te descuidas, te atrapa, te convierte en comensal de esa cena y pareja de ese baile: el autor juega la carta de meternos en un ambiente que los aficionados al cómic conocen muy bien.

El peculiar trazo de Vivés, sinuoso y juguetón, aunque más detallado aquí que en otros trabajos, hila a la perfección una historia que, como decía, a veces tiene prisas por acabar la escena y a veces se mece sobre las sábanas.

¿Genio? ¿Oficio? Sea lo que sea, la cosa le sale siempre bien.

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