LA GRAN ODALISCA: ¿EXISTE LA ULTRAMODERNIDAD EN EL CÓMIC?
por David González:
¿Y porqué os suelto este rollo?
Porque todo esto me lo he encontrado en un cómic, “La gran odalisca”, de Vivès, Ruppert y Mulot (Diábolo Ediciones, 2013).
Hace tiempo que venimos diciendo que Bastien Vivès forma parte de un
movimiento de renovación, por no decir de vanguardia, del cómic
europeo. Eso le ha ganado muchos detractores, claro. Y también
muchos fans. Es un especialista en mezclar el humor y el drama y un
autor de una incorrección política extrema, capaz, al mismo tiempo,
de escribir una bienintencionada obra para adolescentes como
“Hollywood Jan” (Diábolo Ediciones, 2011). Pero es en “La gran
odalisca”, un proyecto a seis manos, donde todo esto converge.
Hace años que vengo pensando que hay
inequívocos signos de ultramodernidad en el mundo de la cultura
popular. Y ya sé que puede parecer pedante hablar de ultramodernidad
cuando ni siquiera hemos sabido dar una definición coherente a la
postmodernidad, la cual se ha convertido en un batiburrillo de
corrientes artísticas que, en el mejor de los casos, lo único que
tienen en común es un intenso sentimiento de incredulidad, rechazo y
desconfianza. Pero lo que está claro es que la Bauhaus o Philip K.
Dick suenan a cosas de otra época (de hecho, lo son), y la inclusión
de “Matrix” o “Kids” no hace más que desmerecer y difuminar
el amplio cajón desastre que es la postmoderidad.
Así que como la postmodernidad huele a
viejo, hace años que está en boca de los teóricos la palabra
ultramodernidad. Y últimamente he visto signos de ella en la cultura
más mainstream. La he visto, por ejemplo, en “Mercenarios 2” (Simon West, 2012),
con ese exceso de autoreferencias, de imposibilidad desmedida y de
humor blanco; con ese juego entre la majestuosidad y el absurdo (me
remito al necesariamente sarcástico diálogo del perro muerto). ¿Qué dicen los teóricos? Dicen que la
ultramodernidad “es un nuevo modelo de inteligencia, que une el
rigor y la poesía, el dramatismo y el sentido del humor, la ciencia
y el sentimiento, lo abstracto y lo concreto, la historia y el
futuro. Aspira a una triple finalidad: explicar, embellecer y
transformar la realidad. Durante veinticinco siglos nuestra cultura
ha identificado la inteligencia con el conocimiento y la razón. Como
resultado hemos venerado a muchos idiotas sabios, que sabían casi
todo de casi nada. La nueva idea de inteligencia la relaciona con el
comportamiento, la creación, la libertad y la felicidad”.
(“Crónicas de la ultramodernidad”, de José Antonio Marina,
Anagrama).
“La gran odalisca” rezuma
ultramodernidad. Es una historia de acción pero tiene toques de
erudición. Es snob en su forma y profunda en su fondo. Es frívola y
a la vez te hiere el corazón. Es imposible y a la vez cotidiana. Es
pura estética y va sobre la vida.
La obra de Vivès, Ruppert y Mulot
explica la historia de tres ladronas de obras de arte que
preparan su atraco estrella: robar “La gran odalisca” del Museu
del Louvre. Son profesionales pero al mismo tiempo son mujeres al
borde de un ataque de nervios, con sus problemas de novios y sus
flirteos. Un día se encuentran en el bosque con un traficante de
armas y al día siguiente están tomando el sol en Las Canarias.
Pueden estar en pleno atraco y al mismo tiempo cortar con su novio
por SMS. En esta espiral de descontrol, las tres protagonistas tejen
una relación muy especial, intensa pero aparentemente frágil,
platónica y sexual a la vez. Sincera y también interesada.
¿De qué va esto, pues? ¿Va de un
atraco? ¿Va de relaciones personales? ¿Acaso es un simple ejercicio
de estilo, una declaración de intenciones de los autores?
Seguramente es todo eso. Pero no tiene diferentes lecturas, sino sólo
una que lo aúna todo. El atraco está ahí y es espectacular, como
una peli de acción de los 80. Y después están las relaciones:
complicadas, intensas, volátiles... Los dos conflictos están al
mismo nivel, con sus propias reglas, y, en su exageración, resultan,
a falta de un calificativo mejor, tremendamente sexys. Sí, es un cómic sexy.
En cambio, el mensaje es sutil y a
veces se escapa de las manos del lector. Porque “La gran odalisca”
parece una obra de entretenimiento, un ejercicio de fuegos de
artificio. Se lee rápido, de una vez, como una película de acción
de hora y media. Pero realmente creo que hay algo más; quizás no
algo tan ambicioso como sentar las bases de un movimiento, pero sí
decir: “eh, estamos aquí y lo que nos gusta hacer es esto”. ¿Y
qué es “esto”? “Esto” es el reflejo de un mundo en el que
las cosas ya no son blancas o negras. Y eso no quiere decir que sean
grises, como lo son Batman o Ozimandias. Son multicolor.