LA GRAN ODALISCA: ¿EXISTE LA ULTRAMODERNIDAD EN EL CÓMIC?

por David González:
Hace años que vengo pensando que hay inequívocos signos de ultramodernidad en el mundo de la cultura popular. Y ya sé que puede parecer pedante hablar de ultramodernidad cuando ni siquiera hemos sabido dar una definición coherente a la postmodernidad, la cual se ha convertido en un batiburrillo de corrientes artísticas que, en el mejor de los casos, lo único que tienen en común es un intenso sentimiento de incredulidad, rechazo y desconfianza. Pero lo que está claro es que la Bauhaus o Philip K. Dick suenan a cosas de otra época (de hecho, lo son), y la inclusión de “Matrix” o “Kids” no hace más que desmerecer y difuminar el amplio cajón desastre que es la postmoderidad.

Así que como la postmodernidad huele a viejo, hace años que está en boca de los teóricos la palabra ultramodernidad. Y últimamente he visto signos de ella en la cultura más mainstream. La he visto, por ejemplo, en “Mercenarios 2” (Simon West, 2012), con ese exceso de autoreferencias, de imposibilidad desmedida y de humor blanco; con ese juego entre la majestuosidad y el absurdo (me remito al necesariamente sarcástico diálogo del perro muerto). ¿Qué dicen los teóricos? Dicen que la ultramodernidad “es un nuevo modelo de inteligencia, que une el rigor y la poesía, el dramatismo y el sentido del humor, la ciencia y el sentimiento, lo abstracto y lo concreto, la historia y el futuro. Aspira a una triple finalidad: explicar, embellecer y transformar la realidad. Durante veinticinco siglos nuestra cultura ha identificado la inteligencia con el conocimiento y la razón. Como resultado hemos venerado a muchos idiotas sabios, que sabían casi todo de casi nada. La nueva idea de inteligencia la relaciona con el comportamiento, la creación, la libertad y la felicidad”. (“Crónicas de la ultramodernidad”, de José Antonio Marina, Anagrama).

¿Y porqué os suelto este rollo? Porque todo esto me lo he encontrado en un cómic, “La gran odalisca”, de Vivès, Ruppert y Mulot (Diábolo Ediciones, 2013). Hace tiempo que venimos diciendo que Bastien Vivès forma parte de un movimiento de renovación, por no decir de vanguardia, del cómic europeo. Eso le ha ganado muchos detractores, claro. Y también muchos fans. Es un especialista en mezclar el humor y el drama y un autor de una incorrección política extrema, capaz, al mismo tiempo, de escribir una bienintencionada obra para adolescentes como “Hollywood Jan” (Diábolo Ediciones, 2011). Pero es en “La gran odalisca”, un proyecto a seis manos, donde todo esto converge.

“La gran odalisca” rezuma ultramodernidad. Es una historia de acción pero tiene toques de erudición. Es snob en su forma y profunda en su fondo. Es frívola y a la vez te hiere el corazón. Es imposible y a la vez cotidiana. Es pura estética y va sobre la vida.

La obra de Vivès, Ruppert y Mulot explica la historia de tres ladronas de obras de arte que preparan su atraco estrella: robar “La gran odalisca” del Museu del Louvre. Son profesionales pero al mismo tiempo son mujeres al borde de un ataque de nervios, con sus problemas de novios y sus flirteos. Un día se encuentran en el bosque con un traficante de armas y al día siguiente están tomando el sol en Las Canarias. Pueden estar en pleno atraco y al mismo tiempo cortar con su novio por SMS. En esta espiral de descontrol, las tres protagonistas tejen una relación muy especial, intensa pero aparentemente frágil, platónica y sexual a la vez. Sincera y también interesada.

¿De qué va esto, pues? ¿Va de un atraco? ¿Va de relaciones personales? ¿Acaso es un simple ejercicio de estilo, una declaración de intenciones de los autores? Seguramente es todo eso. Pero no tiene diferentes lecturas, sino sólo una que lo aúna todo. El atraco está ahí y es espectacular, como una peli de acción de los 80. Y después están las relaciones: complicadas, intensas, volátiles... Los dos conflictos están al mismo nivel, con sus propias reglas, y, en su exageración, resultan, a falta de un calificativo mejor, tremendamente sexys. Sí, es un cómic sexy.


En cambio, el mensaje es sutil y a veces se escapa de las manos del lector. Porque “La gran odalisca” parece una obra de entretenimiento, un ejercicio de fuegos de artificio. Se lee rápido, de una vez, como una película de acción de hora y media. Pero realmente creo que hay algo más; quizás no algo tan ambicioso como sentar las bases de un movimiento, pero sí decir: “eh, estamos aquí y lo que nos gusta hacer es esto”. ¿Y qué es “esto”? “Esto” es el reflejo de un mundo en el que las cosas ya no son blancas o negras. Y eso no quiere decir que sean grises, como lo son Batman o Ozimandias. Son multicolor.

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