Me gusta el lomo


Muchos habréis oído ya hablar de la lomografía. ¿Qué es? Es muy sencillo: es la fotografía realizada con unas cámaras analógicas de juguete que se popularizaron en los 70 y los 80 y que, en algunos casos, permitían trabajar con carretes profesionales, de 120mm.

 Mi Holga 120 CFN

Lo que no es tan sencillo es explicar la pasión que hay por este tipo de cámaras. Más allá del fanatismo (o la moda) por todo aquello analógico, estas cámaras producen una serie de defectos que son precisamente la clave de su encanto: viñeteado, saturación del color, desenfoque... Y sobre todo, no tienen píxeles. A los que os hagan daño a la vista las impresiones de fotografías digitales que parecen montajes baratos de Photoshop o de las pantallas planas que dicen que se ven mejor pero que en realidad no, no se ben bien, me entenderéis. No sé cómo explicarlo mejor.

Fotografía realizada con un carrete enrollado al revés (¡hay cientos de posibilidades!)

Para ver las maravillas de la lomografía, lomo para los amigos, os recomiendo encarecidamente entrar en el sitio de lomography

Pero de lo que quiero hablar, más que de lo palpable, es de la entrañable sensación, de la magdalena de Proust, que experimenté con mi primer carrete. Primero: me sentí infantilmente estúpido intentando meter (y sacar) el carrete en la cámara como si fuese un bebé que se fuera a quebrar o como si todo tuviera que encajar milimétricamente, como si se tratara de un engendro de alta tecnología. Me sentí de ciudad con una azada en las manos. Segundo: miras por la mirilla y disparas (los principios de la lomografía recomiendan que lo hagas sin pensar) y... no pasa nada. Ni siquiera un sonido mecánico de rebobinado del carrete (es manual). Nada. ¿Ha salido la foto? ¿He disparado? ¿Ha quedado bien? No, esas son preguntas son de este siglo, no del pasado. Tercero: llevo el carrete a revelar, esperando aquello de “revele su rollo en una hora”, pero nada de eso: tres días que acaban convirtiéndose en una semana entre pitos y flautas. Fue una espera como la del primer amor. Cuarto: y las fotos, todas sorprendentes, diferentes a como me las había imaginado.

Personalemnte, harto de iPads que no sirven para nada, videojuegos repetitivos y webs que aportan poco, he encontrado en la lomografía algo que me hace sentir como un niño otra vez.

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