LOS VENGADORES
Digamos que “Los Vengadores” (Joss Whedon, 2012) da lo que promete. Dos horas y media de acción (aunque no tanta para dos horas y media, la verdad), ritmo ascendente, estética actual, trajes molones, humor blanco con pretensiones gamberras y un respeto más que digno hacia el espíritu original de la Marvel, pese a las inevitables injerencias del universo Ultimate. Uno va a ver eso y allí está, en bandeja de plata, dos horas y media, y al final uno dice: “Vale, bien, esto es lo que venía a ver”. Como cuando fuiste a ver “Titanic” (James Cameron, 1997) y al final el Titanic se hundió. Da lo que promete, y hasta eso es previsible. Aunque no decepcionar es algo poco habitual en la industria actual el cine, se prevé ya cierto aburrimiento ante este modelo que se viene repitiendo desde “Iron Man” (Jon Favreau, 2008).
“Los Vengadores” es la mejor
película de Marvel Studios. Deja atrás toda esa paja insustancial
de “vamos a explicar el origen de los superhéroes para situar al
espectador” para centrase no sólo en la acción sino también en
el fenómeno en sí, el grupo: sus integrantes y sus relaciones.
Evidentemente, estas son explosivas, y la película se encarga de
obsequiarnos con continuas peleas entre ellos. Y es que de eso va
esto, de tortas.

Así que si bien este juego desigual
nos impide ver en pantalla algunos enfrentamientos clásicos del
cómic (Ojo de Halcón vs. Capitán América, por ejemplo), abre la
puerta a una serie de bromas y chistes verbales. Un buen puñado de
estos guiños son geniales (el mejor, el de los marcianitos),
pero la mayoría parecen forzados y resultan desafortunados. Tampoco
acaba de encajar esa épica tan de cómic que nadie ha sabido llevar
aún al cine. Véase, por ejemplo, la escena inicial, que recuerda a
la tediosa “Linterna Verde” (Martin Campbell, 2011) o a los
peores minutos de “Thor” (Kenneth Branagh, 2011). También
resultan casi vergonzosos los momentos (pocos, afortunadamente) “soy
superhéroe y cuando muere un inocente pongo cara de me estoy tirando un pedo”. Y ya sé que esta es la quintaesencia de la Marvel, pero
si se esfuerzan en adaptar los trajes al gusto cinematográfico
actual, podrían también dedicar un poco de trabajo a sutilizar
todas estas cosas que en el cómic funcionan pero en la pantalla
suenan a juego de niños.
No sé cuál es la solución para
arreglar todo esto, la verdad, y si la supiera se la vendería a la
Marvel, que no creo que me escuchara porque a la firma sólo le
interesa hacer dinero, y la fórmula ha demostrado que para eso sí sirve. Lo más fácil es pensar que la solución pasa por contratar a
directores con cierta personalidad, con el objetivo de dotar de un
halo de genialidad a estas películas. Pero el “Hulk” de Ang Lee
y “Thor” de Kenneth Branagh han demostrado que esto no funciona,
o como mínimo que no se ha sabido elegir a los directores adecuados.
Como los estudios de Hollywood no están
para experimentos ni para ganar mil millones en lugar de dos, supongo
que la fórmula “Iron Man” va a repetirse hasta la saciedad, y
sólo el público (que de momento parece contentarse con peleas
espectaculares y palomitas) decidirá cuándo basta de esto. Entonces
se buscará otra fórmula y tendremos otro buen puñado de reboots.
No deja de sorprenderme, eso sí, que
el fandom haya dejado por las nubes esta película. Y puedo entender
que, hartos de adaptaciones que traicionaban el espíritu original,
las películas de Marvel Studios resulten un bálsamo con el que
conformarse, porque quizás sí sea esta la mejor película de
superhéroes posible. Porque este es un mundo de realidades, pero el
fandom tendría que reconocer que, en un mundo de posibilidades,
preferiría una película en la que los héroes llevaran trajes de
lycra, cascos con alitas y taparrabos lilas.